Opinión

Nuestra verdad y nuestra tierra: el Tomelloso recobrado

Escribir, hablar, es defender esa soledad y ese peculio. El escritor escuda esta soledad pues solo en y desde ella se encuentra. Esta diferenciación que producen las raíces generadoras de la verdad queda defendida por la palabra. Y es esta palabra, súbita, instantánea, la que nos permite liberarnos del hachazo de los tiempos. Es la palabra originaria de nuestra verdad la que permite alzar el grito al cielo. Pero no lo olvidemos: siempre vence el tiempo. El hombre pasa y la palabra queda enterrada con su dueño. Nadie gana a la vida. De esta derrota íntima y humana surge la necesidad de escribir. Toda la gloria humana viene de este lado, de esta conquista de la eternidad que supone la palabra fijada en tinta. Salvando a las palabras de su enterramiento con el hombre, de su momentaneidad, crea cada pueblo su verdad. Así la voz de un pueblo entero se alza hasta ese cielo de lo inmortal que llamamos historia. Aquello que no puede ser hablado se plasma de repente en la escritura. La verdad queda así protegida del fugaz paso del tiempo. Si algo caracteriza el habla es que a la palabra hablada “se la lleva el tiempo.” Y es por esto mismo por lo que las grandes verdades no pueden decirse hablando, y porque no pueden decirse deben ser escritas. Todo libro es un martillear al tiempo, un olvidar aquello de que “todo pasa y todo llega.” Así dice José López Martínez: “Partir, / andar por los caminos/ que nosotros pensamos cada día, / porque pensar es caminar al fondo/ del mundo que nos puebla y nos impulsa…/ Ir hacia la verdad/ atravesando el silencio/ de las noches oscuras de la vida…” Es en este caminar de espaldas yendo hacia la verdad, atravesando las noches de la vida, en el que nos embarcamos ahora con los únicos utensilios de la memoria.

En este rato, que voy a pasar yo con ustedes y ustedes conmigo, en íntima comunicación, nuestra pregunta será ¿Qué forma tiene nuestra soledad? ¿Cuál será nuestra verdad?

Félix Grande (Flamencólogo, poeta y crítico español)

Una imagen: las sirenas suenan en Mérida y la gente corre despavorida a refugiarse de los bombardeos. Silban las sirenas de nuevo y el cielo deja de escupir fuego. Una mujer encuentra camino de su casa un cadáver de alguien que no ha llegado a tiempo a refugiarse. Aquel cadáver yacía cabeza abajo y con él se hermanaban miles de cuerpos sin vida  que yacían, bajo el sol o la lluvia, en cualquier calle anónima de España. Cuerpos fraternos, cada uno con su nombre, pero todos unidos en la rendición que supone la muerte. “Mi madre estuvo loca, estuvo completamente loca, ella sabía, su corazón sabía, su cerebro sabía, que su marido estaba a mucha distancia de Mérida, en una trinchera republicana, sin embargo se inclinó a darle la vuelta al cadáver de una calle de Mérida porque tuvo el terror de que fuera su marido. No lo era y mi madre me contó que lloró de compasión y de alegría.”

Fue apenas un año antes de su muerte cuando Félix Grande, con la cabeza enterrada en las canas que sobre su vida sembraron los años recordaba esta imagen, que por otra parte nunca había olvidado, y que una vez le contó su madre, aquella mujer que lloró una tarde al resol de las calles de Mérida. Su vida se le caía encima y rememoraba también al abuelo Palancas que “mientras vivió se alimentó con lo que su destino le ponía sobre el plato. Gachas manchegas las más veces.”. El abuelo, aquel tomellosero que vivió siendo ejemplo y murió sin saber que lo era. El abuelo Palancas, en cuya carne se refleja toda la esencia del mágico Tomelloso del pasado y en cuyo talante siempre relucía una especie de conformidad con la vida, “pagó el regalo de su vida con un plazo de agradecimiento diario, sabiendo que era casual y finito como todos los seres, y ese conocimiento radical acabó siendo la plataforma de sus sosiego y el alimento de su tolerancia.”

El abuelo Palancas poseía la gentileza y la sencillez que tiene todo aquello que se entrega a la vida sin reservas. Y son esta franqueza y campechanía  las que hacen que el abuelo Palancas sea nuestro abuelo, el abuelo de cualquier tomellosero, el antepasado de una generación entera, el remoto eco familiar de tiempos atávicos. Nuestro abuelo, que afrontó la empresa del vivir con denodada alegría, que destinó su adolescencia a ganarse el jornal, a aprender el oficio de vinatero, a beber con la prudencia que da la tradición, es -este nuestro abuelo- la estampa de una forma de vida. Y es de su Tomelloso, aquel de los caminos de tierra, aquel pueblo con el semblante embrutecido por los tiempos, del que surgió la palabra y la imagen, nuestra verdad. Fueron aquellas tierras parturientas las que dieron a luz a lo mejor de las letras manchegas. Y es que “hay veces en que un ser humano sufre tanto que si no se apoya en la pared de un poesía puede caer al suelo.”

Pero aquel abuelo murió, y con él un Tomelloso entero que, con los oídos atronados por el ruido de los cañones de la guerra y  con los cuerpos hermanos enterrados en cualquier terruño de esta nuestra España, tuvo la necesidad de alzar la voz desde las entrañas de aquel rinconcito perdido de La Mancha. Y el grito se alzó muy alto, y las artes, que plasmaron aquel grito nos dejaron el sabor agridulce que dejan todas las cosas que están hechas para ser tomadas en serio. Así exclamaba Félix Grande: “todo mi oficio se reduce a buscar sin piedad ni descanso la fórmula con que poder vociferar socorro y que parezca que es el siglo quien está aullando esa maravillosa palabra.”

Entre el tremebundo panorama de aquél Tomelloso surgió el fuego originario de la palabra. Eladio Cabañero, Félix Grande, García Pavón, Dionisio Cañas y muchos otros, hijos y descendientes de aquella muerte del abuelo, de aquel tiempo que muchos años después rememora Eladio Cabañero:

“Ah tiempo recordable, sombra izada/ como un mal sueño en nuestra juventud, / ¿todo ha sido verdad? Qué gran sospecha/ nuestra vida pasada allá en el pueblo: / sus fiestas de guardar, sus romerías; / (…) / el pueblo con gamberros por las calles, / gamberros como hermanos, cariñosos, / bromistas del petardo y de los dichos/ gordos y hasta poéticos a veces.”

Y aquí estamos nosotros: recordando a los que nos dieron voz y de los que somos hijos, intentando barruntar entre el jaleo aquel grito íntimo de nuestro pueblo para localizar en su eco nuestra verdad.  Ésta, al igual quizás que toda verdad, tiene al horror por madre. Al horror de la guerra en algunos casos, pero también a un horror más silencioso; el de la memoria de lo perdido, de lo ya inalcanzable, de aquel pueblo del abuelo diluido en el mar de los tiempos.

Para indagar en estos temas tenemos la gran oportunidad de hablar con Rubén José Pérez Redondo, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y experto en este fenómeno social que es la literatura (y el arte en general) en Tomelloso, fenómeno en el que hemos de rastrear la huellas de nuestra verdad y las raíces de lo que somos. Rubén José nos confiesa que los dos últimos libros que ha leído de un autor tomellosero son Lugar de Dionisio Cañas y otro Brasas de la memoria de José López Martínez. Su tesis doctoral lleva el nombre de “Sociología de la literatura: un estudio de la creación literaria en Tomelloso.”

Francisco García Pavón (Escritor y crítico literario)

Debemos ahora; de nuevo; yo con ustedes y ustedes conmigo, hacer un esfuerzo. Escapamos de este griterío de la ciudad y nos transportamos a aquel Tomelloso de hace algunos años. Aquel Tomelloso que García Pavón denominaba “la Atenas de La Mancha”.  Así, dice Rubén José: “toda la geografía manchega, en general, tiene una genética artística que tiende fuertemente a la letra. Puede que tenga que ver con reminiscencias de la obra maestra de Cervantes unidas al ingenio nato del manchego. Sin embargo Tomelloso, en relación a su nivel poblacional, es un caso singular por la gran cantidad de pintores y escritores que tiene, ya sean estos más talentosos o menos, o tengan más dedicación o menos a cada una de las artes. Denominar a Tomelloso como la “Atenas de La Mancha” no es más que una metáfora muy bien traída que simboliza la grandeza artística del pueblo. Tú puedes tener una cosecha excepcional, pero si no vuelves a sembrar no volverá a salir nada. En Tomelloso se han labrado estos dos elementos culturales de una manera extraordinaria para que sigan brotando.”

Escuchamos ahora una voz. Nos habla directamente García Pavón (Esta es mi tierra- Tomelloso, documental emitido en el año 83). “Tomelloso es un pueblo de origen muy peculiar.  Casi todos los pueblos nacen con una justificación. Nacen, yo que sé, producto de un poblado primitivo, al lado de una iglesia, de un convento, de un río, de alguna fuente de riqueza. Tomelloso sin embargo nació en una de las tierras que menos justifica que allí se iniciase un pueblo. Tomelloso nació además en una tierra pobre, en un someral, como dicen aquí, en una tierra con muy poco suelo, poco productiva, con el rio más próximo el Guadiana, bastante lejano. No hay nadie que se explique por qué nació aquí  Tomelloso.”

Estamos allí: en tierra de pedruscos, de viento solanero y campo inagotable. En esa ciudad que era Tomelloso, asentada entre llanuras infinitas, ese pueblo que reúne la esencia del pueblo manchego. En la llanura, azotada por el calor, emergen como plantas sin raíz los bombos, que construidos de la manera más elemental, colocando piedra sobre piedra, dan cobijo al campesino que trabaja en el inmenso océano que es el campo manchego.

Fotografía de la antigua Plaza de Tomelloso

La vendimia: motor de vida tomellosera y madre del trabajo y la ocupación en Tomelloso, recuerdan el enorme madrugón para trabajar, la plaza del pueblo plagada de temporeros andaluces y manchegos que ofrecen su ser más íntimo: el trabajo. Es esta misma plaza, en la que aún hoy se ve a los ancianos, esos hombres inmarcesibles y con las costillas dobladas por los años, charlando sobre los temas más importantes del mundo, adquiriendo ese saber que no figura en los libros de ni ninguna estantería, ese conocimiento profundísimo de la vida y de las cosas que da el haberlas tratado cara a cara. Toda aquella sabiduría que se reunía en diminutas pero eternas frases. Fue también aquella plaza la que un 14 de Abril recibió a la República “con el corazón en alto y la esperanza abierta”. García Pavón recuerda “el día que termina la triste Guerra Civil nuestra y entonces ocurre algo inaudito y es que en vez de haber un cambio de ayuntamiento sangriento o feroz como hubo en tanto sitios, el llamado alcalde rojo entregó la vara al alcalde reciente, al nuevo alcalde del franquismo y todo el mundo lo presenció con una naturalidad tremenda.”

Es de estas calles polvorientas, de estos campos desamparados, de aquella plaza siempre hogareña, es, repito, en este ambiente casi hierático, en el que surgió la generación de oro de las letras tomelloseras.

Antonio López Torres (Pintor realista español)

Pero no solo las letras se hicieron un hueco. Otra voz. Un hombre de larga barba blanca amparado por un sombrero del sol inmisericorde nos habla. No es otro que  Antonio López Torres: “mi iniciación en la pintura empezó en edad muy temprana, en la escuela primaria ya dibujaba y entonces pues cuando el maestro se dio cuenta de mi vocación pues me dejaba los sábados por la tarde que no había clases, pues me dejaba dibujar.  Yo siempre dibujaba del natural. (…) Mi padre deseaba que yo aprendiera las labores del campo y a los doce años me quitaron de la escuela y me llevaron a trabajar al campo.  Allí aprendí el oficio del campesino, al mismo tiempo mi padre me dejaba, a ratos, estando en el mismo campo, al capataz le decía que me dejara pintar, y aprovechaba la hora de descanso en el campo para salirme a pintar, pintaba pues, que se yo; gañanes, la ganadería…”  

Es este Tomelloso narrado y puesto al desnudo en su esencia por esta generación en el que debemos nosotros, hijos de nuestro tiempo, y huérfanos, por tanto, de cualquier otro, buscar nuestra verdad. Es orillando este ensarte de imágenes como podemos hallar un sentido. Es solo mediante la consecución de esta ineludible tarea como podremos hallarnos a nosotros mismos. Y es este deseo de re-unión de todas las piezas el que lleva a Rubén José a emprender la tarea de su tesis doctoral, es este re-hacer un puzle el motor de su investigación y así contesta a nuestra pregunta de qué lleva a un pacense a interesarse por un pueblo como Tomelloso y a cuáles son sus conclusiones: “pues, para hacerlo muy gráfico, es como si de repente te encuentras con las piezas de un puzle y alguien tiene la capacidad de unir esas piezas para construir algo, para dotar de significado una realidad que sin organizar, por separado, no tendría demasiado sentido. Fundamentalmente la conclusión a la que llego es que Tomelloso cuenta con una ingente cantidad de “piezas” artísticas que sin vertebrar se quedarían en la nada. ¿Quiénes fueron los que supieron hilvanar esa realidad individual en una realidad social? Pues los intelectuales; los Martínez Ramírez, los García Pavón, los López Martínez, los Grande o los Cabañero entre otros en la literatura y los López Torres, Los Carretero, los López García entre otros en la pintura. Son verdaderos adalides de la institucionalización del arte tomellosano. En la literatura el crear unos premios literarios fue fundamental para la construcción de un “puzle” con sentido, reforzando y alimentando de esta manera el surgimiento de nuevas “piezas” para el arte. Estos intelectuales supieron guiar el talento hacia la construcción social de una realidad literaria que existía pero que había que estructurar para que se reafirmase y no se perdiera en el transcurso del tiempo y para ello se realizan diversas acciones.”

Y es que como afirma Rubén José “no hay mejor promoción para el pueblo que poner un tomellosero en algún punto geográfico del mundo; el orgullo a su tierra, el intenso sentido de pertenencia grupal y la capacidad de persuasión hacen del tomellosero el más eficaz medio de transmisión de todo su acervo cultural.”

Es mediante la observación del campo, mediante el olor a uva de la vendimia, mediante ese estar en la plaza y sentirse como en el salón de casa como el tomellosero se encuentra a sí mismo en su soledad, en aquello que le es peculiar. Es esta una soledad compartida que diferencia a Tomelloso de cualquier otro pueblo del mundo. Queda alumbrada así esa la soledad de la que habíamos partido; queda alumbrada mediante el recuerdo del olor de la uva, de la sensación de estar en la plaza, el jaleo de las risotadas de los niños en las calles, esas calles que albergaron la niñez de muchos. Es mediante este reconocerse donde uno nunca ha estado mediante el cual encontramos aquello que hemos llamado nuestra verdad y nuestro peculio.

Rubén José afirma: “el ser humano es un ser social y a la vez es un homo simbolicus y cualquier tipo de arte es un símbolo que nos sirve para afianzar nuestros usos, valores, formas de pensar y sentir, en definitiva nos sirve para consolidar nuestra cultura. Y la cultura es muy importante porque, entre otras cosas, sirve para mitigar el vacío y la incertidumbre en la que el ser humano se encontraría en soledad. Es la puesta en común de sentimientos e ideas de una colectividad dada. Es por eso que el entorno social es absolutamente primario. Por lo tanto, con respecto a lo que me preguntas he de decir que está claro que de forma individual las personas pueden trasladar sus ideas, pensamientos o sentimientos al papel, pero si eso no se pone en común sería simplemente un hecho residual. Muchos pueblos cuentan con algún vecino que destaca en algo, pero si se queda en eso no se puede hablar de fenómeno social. En Tomelloso, refiriéndonos al caso concreto de la literatura, el fenómeno cristaliza por la labor comunitaria de los que escriben. Hubo una época en la que un importante número de agricultores tomelloseros escribieron, y narraron los acontecimientos más importantes que se daban en Tomelloso.”

Es entonces, en nuestras letras y nuestra pintura en las que reflejamos nuestra soledad constitutiva. Es en este desnudarse en el que todos nos descubrimos como estando juntos. Es aquel campesino de rostro adusto y con la espalda abrazada por el sol el que siente la necesidad de compartir su soledad, su estar en medio del campo como quien es lanzado de repente al mundo.

De este modo indica Rubén José: “así escribían sobre la vida rural, las fatalidades, el trabajo en el campo o la fe religiosa. Es una importante página en la construcción de una cultura que se va levantando poco a poco. Que alguien supiera vertebrar esa afición de una manera más social, creando premios literarios, fomentando los recitales o representaciones teatrales y demás eventos permiten que las acciones particulares se colectivicen y se genere un fenómeno social que de otra manera hubiese sido difícil de dar.”

Volvemos a decirlo: es mediante la plasmación de esta soledad sentida en el campo mediante la cual conseguimos dejar de estar solos, o mejor dicho, hallamos lo que nos diferencia y seguimos estando solos, pero en una soledad ya compartida. Escribir o pintar significa entonces poder ser con los demás, compartir nuestro ser con la comunidad. Solo así, hemos dicho, podemos olvidar nuestra constitutiva soledad. Y este escapar de nuestra soledad es siempre singular y genuino. No hay dos vías de escapa iguales.

Preguntamos a Rubén José por lo propio de las letras tomelloseras, de la singularidad de esta nuestra vía de escape: “en Tomelloso hay diversos estilos y temáticas derivados de su lógico proceso evolutivo. Pero una de sus grandes señas de identidad y referente tiene que ver con una literatura arropada bajo el manto del terruño que se caracteriza fundamentalmente por una exaltación de la cultura propia, una utilización de motivos y personajes inspirados en el pueblo y un sentimiento preferencial de lo rural frente a la realidad urbana. Esto lo podemos ver no sólo en Cabañero o García Pavón, sino en El Obrero, en Torres Grueso, Castellanos, Madrigal o Rosado entre otros. El terruño hoy se ha ido difuminando poco a poco fagocitado por el proceso de globalización en el que nos encontramos inmersos. No me puedo quedar con un escritor en concreto; me quedo con todos porque cada uno aporta algo diferente y maravilloso: por supuesto Eladio, Pavón, Félix, los López Martínez, Dionisio, pero también poemas de Pozo Madrid, Carretero, Moreno Díaz, García Bolós, Cepeda, Rosado, Madrigal... Son tantos y tan maravillosos y diversos que no me puedo quedar con uno solo.”

Es mirando a su alrededor como, el tomellosero que todos somos, puede construir su cultura y su identidad. Es en medio del campo y de la ardiente tierra de nuestro campo inmenso, donde el campesino o el pastor se sienten parte del mundo, sienten aquello como suyo, se identifica con la tierra. En ella está su ser.

Regresamos. Todo aquello ha pasado: “la edad de oro de las letras tomelloseras pasó, pero puede llegar otra. Actualmente hay una generación de escritores jóvenes con mucho talento que tienen mucho que decir en el panorama literario como Manuel Moreno Díaz o José Pozo Madrid, que además han visto reconocido sus talentos en premios importantes del país. El papel de la literatura en el Tomelloso actual debe ser el de continuidad con la progresión, el de seguir sembrando para seguir cosechando. No hay que temer a los cambios, sólo hay que encauzarlos bien e interiorizarlos. Hoy las posibilidades son ingentes porque pese a lo que dicen muchos agoreros no es cierto que se lea menos. Se lee mucho más, lo que pasa es que los soportes son diversos (ya no es un único soporte tradicional) y los motivos muy variados. Simplemente hay que dar con la tecla para canalizar todo esto.”

Se diluyen las voces de García Pavón y de Antonio López y volvemos a nuestra realidad. Tomelloso ya no tiene aquellas calles y los maestros han caído. Esa edad dorada no es ya la nuestra. No tenemos más que libros, papeles y pinturas comidas a bocados por el tiempo. Y por eso nos encontramos así; desarraigados de nuestra tierra y sin poder ver con claridad nuestro suelo nutricio. Pero una verdad ha salido a relucir; es mediante la memoria, mediante ese caminar hacia atrás, como nos encontramos allí en un tiempo que no es el nuestro. Quizás esto es lo característico del ser humano: que puede hallarse mediante la imaginación y la memoria allí donde no está. Y es que si queremos conocer la planta hemos de encontrar su semilla. Eso hemos hecho: encontrar la simiente de nuestro ser más íntimo y localizar el suelo que nos soporta. Quizás no nos quede de aquel tiempo más que el olor de las uvas en la vendimia y lo inmortal de las letras y pinturas. Pero estamos en otro punto; hemos hallado lo peculiar y genuino de nuestra soledad. Y podemos decir así: somos tomelloseros, y con ello, saber lo que decimos.

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