Opinión

De los buenos y los malos; una reflexión sobre la empatía política

Imaginemos la situación. Hua Mulan es portada del Mundo, portada de cualquier periódico (¿acaso todos no son el mismo?) Se la acusa se enaltecimiento del terrorismo, de violencia armada. La derecha mediática, la cómoda centralidad del recambio, diría que lo que defiende está bien, que es buena chica pero que no se puede hacer lo que ella quiere, que hay que ser razonable.

Ahora otra heroína: Ada Colau.

Amanece. Se levanta de la cama. Es su primer día como alcaldesa de Barcelona. Se levanta y desayuna sin diamantes y va a parar un desahucio a Nou  Barris mientras Carmena en Madrid se dirige a su puesto en metro, tocando, sintiendo a la gente, a su gente.

ABC saca en portada que Ada Colau y Manuela Carmena suponen la izquierda radical, la desestabilización del País, el fin de la democracia occidental.

Ahora nuestro tercer personaje del cuento hace aparición en escena; el ciudadano de a pie despolitizado, aquel cuya información son los titulares, aquel que cena y come titulares que si bien no envenenan el cuerpo si envenenan el alma y la mente. Justo aquel al que Podemos “le suena mal y no sabe por qué” es nuestro tercer personaje.

El comedor de titulares se levanta, enciende la televisión un día cualquiera, una tarde cualquiera en una ciudad cualquiera. Se indigna al ver la injusticia de que Mulan sea expulsada del ejército. Piensa que la igualdad es un pilar fundamental de nuestra democracia. Puede que otro día vea V de Vendetta y entonces su estúpido sentido común le dicte que lo que hace aquel enmascarado es lo justo, que alguien debía hacer algo ya ante tal represión. Evidentemente no defiende la violencia, pero rapidísimamente se identifica con aquel héroe que en aras a conseguir justicia y libertad destruye el parlamento.

Nuestro querido personaje cambia de canal al terminar la película y empieza el bombardeo. Que si destrucción de la democracia, que si lo que quieren hacer es imposible, que si ruido, ruido y más ruido. Condena de manera firme cualquier salida de la normalidad, piensa que hay que ser razonable y que las cosas no se pueden hacer a lo loco, desde la radicalidad.

Otro día cualquiera se encuentra en la cola de un cine esperando ansioso a ver los juegos del hambre. Se exalta, se emociona al ver la mano levantada de Katniss Everdeen defendiendo la justicia social. Evidentemente hay que hacer algo cuando la situación lo pide. Y el cruel gobierno de los distritos es inadmisible. Hay que ir en contra de lo normal para llegar al ideal de una sociedad mejor.

La identificación es clara: Mulan y Katniss representan lo bueno. La empatía con ambas es absoluta. En cuanto se las ve luchando, arriesgando la vida propia por lo que consideran justo a uno se le saltan las lágrimas. Se le saltan porque ven la dificultad del camino avasallada por la voluntad de un personaje que quiere cambiar el orden de las cosas. Lo bueno es Mulan, lo bueno es Katniss. Los malos son aquellos que quieren mantener el orden de cosas existente, el statu quo que oprime a la inmensa mayoría de la gente.  Basta pensar en Los juegos del hambre para caer en la cuenta de que los malvados representan la opresión a una mayoría social que quiere cambio. Ni un solo lector de titulares se identificará jamás con el Capitolio, con aquel gobierno cuya crueldad es extrema. El argumento de Capitolio es claro; esta es la única forma de mantener la estabilidad. El argumento de ¿qué haríais sin nosotros? Es el esencial para mantener las cosas en su sitio; los de arriba ladrando, los de abajo llorando en silencio.

En esta sociedad estructuralmente injusta surge la luz del Sinsajo que de la noche a la mañana se ve convertida en un icono al más puro estilo Manuela Carmena. Representan amabas la esperanza, la luz de una sociedad que estaba a oscuras. El deseo de que no se acabe con Katniss mantiene en vilo al lector de titulares. ¡Qué gran injusticia supondría eliminar a aquella valiente mujer!

La empatía está claramente del lado del oprimido, del lado del aplastado por un aparato injusto. Nadie defenderá que Mulan debería haber estado calladita porque de lo contrario los estados vecinos se indignarían y dejarían de tener respeto por el ejército chino (argumento similar al de la salida de la inversión extranjera con la llegada de las alcaldesas.) Todos esos argumentos quedan de facto anulados frente a la evidencia de la justicia de la lucha de nuestras heroínas ficcionadas.

De este modo, el lector de titulares, saldrá del cine con el placer de pensar que Katniss continuará su lucha en la siguiente entrega, con el placer de ver a toda la ciudad arrodillada ante Mulan mientras el emperador dice “nos has salvado a todos.”

Sin embargo, aquel que empatiza con las heroínas, aquel que ve clara la necesidad de un cambio en la hipotética sociedad de Los juegos del hambre no tardará en posicionarse en contra de las medidas de Ahora Madrid, bien aduciendo que son inviables, bien aduciendo que aunque lo fueran son radicales. Precisamente el ser lector de titulares no le deja otra opción, otra libertad más que la de condenar lo que es condenado por todos.

La pregunta es: ¿qué es de la emoción que sentimos al ver levantar los dedos a Katniss para acabar con el sistema al salir del cine? La respuesta es clara; la evidencia de la justicia se diluye en el mar de portadas de los periódicos al servicio del statu quo. De este modo aquel que se identifica con las heroínas no sabe reconocer las heroínas que tiene al lado; no sabe ver en Ada Colau, en Manuela  Carmena, la heroicidad que supone el ir en contra de lo dado en pro de una mayor justicia social.

El votante de Ciudadanos; aquel partido cuyo programa económico es idéntico al del Partido Popular supone el caso paradigmático del lector de titulares que se identifica con aquellos que defienden la justicia en la pantalla pero que está ciego para mirar al lado y ver a los compañeros y compañeras representando en la realidad el papel de héroes. Este se ve en la encrucijada de situarse del lado de los buenos en la pantalla y del lado de los malos en la realidad. Por supuesto los argumentos serán de mayor complejidad, pero serán al fin y al cabo, similares a aquellos que aducen los que pertenecen al Capitolio y dicen que no se puede hacer otra cosa que lo que se hace, que si su gobierno central desapareciera vendría seguido del caos más absoluto. Todos los argumentos centristas se resumirían en; quiero cambiar el orden de las cosas pero eso no se puede hacer. Así que habrá que llevar lo mejor posible lo que tenemos. Se pueden hacer reformas puntualísimas del Capitolio pero nada más. Precisamente su sentido común viene dictado por los medios del régimen. Y en ellos se apoya y de ellos obtiene la evidencia de sus argumentos.

Se da, por tanto, la paradoja, de que, en aquel espacio que es el cine todos sabemos identificar a los malos inmediatamente. Pero nos ciega el foco de los medios para identificarlos en la realidad.

Lo mismo ocurre con V de Vendetta; aquel que se atreve a poner bombas en el parlamento para cambiar la situación política. En la película no cabe duda de que hace lo correcto, de que es un héroe. No sucede lo mismo en la realidad; y no hablamos de poner bombas sino de cambiar mediante medidas políticas concretas.

La evidencia viene, por tanto, impuesta por los medios. No viene dada por la situación concreta como sí lo hace en las películas. Aquí está la diferencia; en las películas la evidencia de la justicia es directa puesto que ésta no está filtrada por los medios de masas y así llega directamente al espectador. Sin embargo, en cuanto la evidencia pasa por el filtro envenenado de los medios de masas se transforma y lo evidente deja de ser la lucha por lo justo y pasa a ser el mantenimiento de lo que hay.

La empatía se ve alterada de manera radical por los medios que nos informan. Mientras cualquiera se ve identificado directamente con los justos en las películas, en la realidad los condena con la única evidencia de la imposibilidad de las medidas.

De todo esto no se extrae que el lector de titulares sea criticable, que sea un enemigo político. Todo lo contrario; se trata de quitar vendas, de mirar al vecino reconociendo su heroicidad, de construir el poder popular desde abajo incluyendo a todos. El lector de titulares es ciudadano, es ser humano,  y por tanto tiene potencialmente la capacidad de identificar al justo, de condenar al opresor. Que todo haya quedado difuminado no quita que todavía estemos a tiempo de utilizar borrador para empezar de nuevo y con la ingenuidad humanísima que da el simple hecho de ser humano, de ser persona con sentimientos, poder re-identificar de nuevo a los buenos  y a los malos. A las heroínas y a las charlatanas. Y esto es responsabilidad de todos, es nuestra responsabilidad el convencer mediante la palabra y la acción colectiva al vecino de que los héroes han llegado para quedarse y para salvarnos a todos.  Y no solo ellos sino que todos los que queremos cambiar somos un poco héroes y un poco villanos. Un poco héroes porque pedimos cambio, un poco villanos para la opinión mediática porque todavía nos queda soportar que ella nos pinche hasta sangrar, nos queda soportar largo rato que aquellos que no quieren cambio nos sitúen en el terreno de la radicalidad. En el de la misma radicalidad de Katniss o de  Mulan; las heroínas del cine.

Pero tenemos claro cuáles son nuestros héroes, cuales nuestros compañeros y cuales nuestros objetivos. Y no vamos a permitir que las élites remangadas identifiquen a nuestros héroes con los malos. Porque son nuestros. Y porque hoy están, por fin, al frente de los ayuntamientos para acabar con las vendas que no nos dejan identificar la valentía de nuestros vecinos. Se defiende con medidas, con gestos, con sonrisas que nacen de abajo y que provocan miedo arriba. Porque sí, porque nuestra sonrisa pone negros a los de arriba. Madrid y Barcelona, junto con muchísimas otras capitales españolas, han identificado a sus héroes en contra de le evidencia mediática. Y eso nos hace reír.  Y nos hace más humanos y más libres de la opinión precocinada.

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