Opinión

La jauría amenazada: nerviosos y rabiosos

Por primera vez y tras largo tiempo de pesimismo, es posible vislumbrar un horizonte que, cargado de infinidad de preguntas, trae vientos de cambio e ilusión frente al desasosiego. Se abrió una etapa envuelta por el fango de las acusaciones, los disparates, barbaridades y calumnias sin rigor. Las tertulias de discusión política resultaron en una sopa de amarillismo y prensa rosa cuyos temas objeto de debate eran amplificaciones de las más burdas anécdotas en un intercambio de argumentos salivados con falacias y verborreas envenenadas de estupideces vacías de contenido y carentes de sentido. La representación más frívola y penosa de una escena de “La Vida de Brian”, de los Monty Python.

 La caverna de privilegiados teme por su status y activa los dispositivos de dominación, en una relación de vasallaje mediático y la propaganda, poniendo de manifiesto y esclareciendo que el modelo de periodismo hegemónico es decadente y sus referentes, caducos y clientelares. Cuando su función debería responder a labor de informar, de contar la realidad con matices y detalles, a la formación de la opinión pública, nos encontramos un contexto donde la crítica se censura y se demoniza, salvo cuando el sujeto a quienes se dirigen son contendientes a disputar la vara de mando. Aquí se otorga patente de Corso para espolear a los ‘rebeldes’.

No sabíamos que estas dinámicas adoptarían nuevas formas y alcanzarían nuevas cotas de indecencia y violencia intensamente vírica y contagiosa. El vale tudo del ring político. Somos demócratas pero no respetamos a quienes no conocemos y quieren participar, y sus mensajes son más atractivos y sin historial que revela podredumbre. Comienza entonces, la tarea de intoxicación y crispación. En las últimas elecciones municipales y autonómicas no se discuten y se deliberan proyectos de gobierno o programas. La estrategia de campaña es articular un discurso de contagio de miedo y de polarización. Es lo que evoca, a sugerencia de la literatura, una guerra de posiciones. Fabricación y manufacturación de etiquetas y connotaciones para el adversario en aras de asegurar la desconfianza generalizada frente a opciones naturalizadas en los términos planteados.

En el momento presente, fruto de la novedosa composición geopolítica de nuestro país, los contornos están cambando y parece que otro tipo de fórmulas alternativas reúnen elementos idóneos para su acometida. Pero los grandes derrotados, tal que rabiosos no cesan en su ánimo de descrédito, en lugar de asumir errores, enmendarlos, reciclarse y, en síntesis aceptar sus nuevos roles. La difamación se expresa ahora en polarizar, crispar y desestabilizar, manipulando la opinión pública. Es cierto que los nuevos alcaldes y formaciones han cometido también errores e insensateces y se han emitido valoraciones de los casos al respecto pero, ¿no es casualidad que este huracán de noticias acusatorias y condenatorias tenga lugar justo en este momento? ¿Tiene sentido la absurda imputación de Rita Maestre por una protesta en la universidad hace 4 años? ¿Las advertencias y alertas del PP al PSOE por sus pactos? El miedo informa esta clase de prácticas. Soraya Sáenz de Santamaría y Mariano Rajoy, retrataban en la última sesión de control la expresión de ese temor. La pérdida de complicidad con el partido de la oposición, su traición y suma a la subversión conducen a emitir alegatos y acusaciones de colaboracionismo con extremistas antidemocráticos así de como “imitar el lenguaje y radicalizarse” cristalizan el desgaste que sufren los engranajes más podridos del sistema. Están nerviosos y con el colesterol político en dirección a provocar trombosis institucional. Sin embargo, hay que tener cautela y prudencia. Bajar la guardia es la antesala del fracaso. Están nerviosos y rabiosos. 

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