Opinión

Inmigración y masa: la refronterización de Europa

Un problema estructural y fundamentalmente meridional en un mundo atravesado por inestables y violentos conflictos regionales marcados por la contingencia y la alteración de la correlación de fuerzas y las distintas configuraciones de las geografías de poder, carburadas por la ideología, la religión y los recursos energéticos en disputa sobre escenarios empalados por dislocaciones y depresiones. Estructural, porque la composición del sistema internacional sobre los ejes “centro-periferia”, “países desarrollados-subdesarrollados” o “Norte-Sur” delimitan los contornos de un campo en continua precarización y empobrecimiento de estas regiones y migraciones en masa. Meridional, porque las regiones geográficas del sur de Europa son los campos de concentración o contenedores de esta problemática compleja. Pero son finitos y sus límites son susceptibles de desborde.

Desde España hemos tenido experiencias singulares con la inmigración durante los Golden Years de la burbuja con los ingentes flujos migratorios del norte de África y de Europa del este. Ahora la realidad subyacente al fenómeno migratorio desborda a España y reverbera en la agenda de la Unión Europea, foco de los problemas en Siria y Oriente Medio. El problema de los refugiados, el paso de la frontera en Ceuta y Melilla y las pateras o la caótica Lampedusa, enclave objeto de saturación. ¿Qué hacer con ellos?¿Qué supone para Europa y sus integrantes?

Cuando otrora la postura de los sectores dirigentes de la UE (y sus serviles vasallos) se infería del rechazo a la participación de procesos de despresurización del problema y desde posiciones neutrales reforzaban políticas excluyentes sobre pasos fronterizos y regulación de la inmigración, forzando a los países del Sur a enfrentar el problema sin apoyo ni recursos, ahora toman partido invitando a sus socios a realizar lo propio bajo un aura solidaria cual repentina epifanía moral. O esa impresión pretenden exportar. Por eso vemos a la popular canciller germana Angela Merkel, a raíz de la tragedia de Austria, pronunciar en la Cumbre de los Balcanes el discurso de la obligación moral y social de “la Europa rica” que debe ayudar a los necesitados.

Desterrando ese abstracto leitmotiv propio del discurso de la cooperación presente en todos los discursos imperantes, alimentados por la ideología dominante de lo políticamente correcto, esta suerte de gestos se cocina por temor a la alteración del statu quo del poder en un escenario marcado por fuertes dislocaciones en Europa. La narrativa del proyecto europeo de integración y prosperidad evidencia sus profundas fisuras y descubre una lucha de posiciones y de movimientos por ocupar el trono europeo. El conquistador debe asegurarse sus lealtades y legitimidad para asegurar la victoria y definir su modelo. Ahora el relato de la responsabilidad y el miedo no opera sobre el resto y estas élites se sienten señaladas y culpables. Los espacios abiertos son llenados y penetrados por violencia, xenofobia y el nacionalismo más detestable.

Otro fenómeno subyace este hecho: la incapacidad de gestionar el problema de la masa. Un fenómeno bidimensional en el que concurre otro elemento denominado especificidad nacional.  En un extremo, se ubica un magma social tratado como paroxismo, como parásito que amenaza a la estabilidad interior. Para ilustrar esta dimensión remito a las declaraciones del ignominioso personaje Xavier García Albiol, exalcalde de Badalona, quien considera que la asistencia sanitaria primaria a inmigrantes sólo debe procurarse a  aquellos que” padezcan enfermedades de potencial contagio” o sus eslóganes electorales de “limpiando Badalona”. De otra parte y rescatando el concepto de especificidad nacional, esto es, la creación de un sujeto nacional, un pueblo, articulando rasgos comunes y símbolos que los subsuman como subordinados en un relato que instaure un marco de sentido en términos antagónicos y de odio hacia el primer extremo. El problema estriba en la peligrosidad de control y dirección de lealtad y legitimidad de esta masa, conduciendo a movilizaciones y producción de opinión pública excluyente y, en su versión extrema- al fascismo o nacionalsocialismo. Ejemplos de ello en Ucrania, Francia, Grecia además de su compleja situación geográfica de tránsito, un auge reciente en Alemania, la construcción de un extenso muro  de 175 km en Hungría, el rechazo de los países nórdicos a recibir inmigración, reflejándose este  paisaje en modificaciones de la legislación, surgimiento de guetos excluyentes en grandes núcleos urbanos, delincuencia, o crimen organizado.

El flujo circulatorio de personas huídas de regiones en conflicto o de violaciones sistemáticas de derechos humanos es alarmante: dirigiendo la mirada a datos ofrecidos por ACNUR desde enero a agosto de 2015, aparecen con meridiana claridad tres puntos nodales,  saber, España (1.953 inmigrantes), Italia (109.500) y Grecia, cuya ubicación geográfica y situación política y socioeconómica agudiza este problema para Europa (181.488). Comportan estos facotres en definitiva el incremento de potencial de de riesgo derrumbe de la arquitectura institucional nacional y trasnacional y la inherente  incapacidad control de la trata de seres humanos, redes de prostitución y mercancía, armas o narcotráfico.

Tarea de las élites que gobiernan Europa debiera ser activar dispositivos de despliegue de estrategias y acciones de dosificación y recirculación, en lugar de embaucarse con panegíricos autocomplacientes sobre ética y moral. Sin embargo, de no existir una asimetría de posiciones e influencia en la política europea- basada en la concentración de soberanía económica clientelar a grandes intereses- que genere mayor equidad, redistribución y reparto de recursos y estructuras de integración y cooperación,  donde la cuestión meridional se invierta empoderando a los países del Sur para salir de la subalternidad, nos abocamos en una tesitura de colapso que nos ubique como meros espectadores en arenas movedizas que nos tragan y ahogan, existiendo la posibilidad de una ruptura estridente y virulenta que sepulte en definitiva el proyecto europeo, cerrando fronteras y naturalizando un odio que recuerde a dantescos y cruentos episodios pasados de la historia negra de Europa.

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