Opinión

Difícil de comprender, imposible de explicar

Cuando el embrollo se ha consumado, la mayoría se limita a preguntar: “pero, ¿quién es el bueno y quién es el malo?” No es sencillo certificar en el campo político, especialmente cuando se nos empuja hacia tales dicotomías y se aspira a alguna mínima garantía de peritaje aséptico, algo que finalmente resulta de una impresión subjetiva. Dificultad, por cierto, que alcanza a casi todo lo que acontece en los territorios propios de las relaciones sociales. Pero, al margen de las composturas epistemológicas, lo esencial debe estar siempre claro para que podamos visualizarlo como tal. Y aunque lo obvio y evidente, justo por estar ahí, completamente expuesto a la mirada y a la experiencia cotidiana, suele ser difícil de reconocer, debemos recordarlo para no desorientarnos en el entramado institucional.

No teníamos otra pretensión ayer en las Cortes de Castilla-La Mancha que hacer visible lo que todos sabemos o intuimos: tras las apariencias de cambio, en muchos aspectos, solo hay recambio. Y a pesar de las mascaradas y disimulos, a pesar de las nuevas retóricas (que cuando se agudiza el oído siguen sonando viejas), algo se ha roto en el mecanismo del poder político hegemónico del Régimen. Hay una grieta en el muro, una fractura entre las prietas filas del bipartidismo, una fisura que les debilita de forma irreversible: sus ataduras con el pasado. Prisioneros del pasado, de los favores prestados y debidos, los viejos partidos que hoy se presentan como partidos renovados son incapaces de adaptarse al momento político y social. Ello se evidencia cuando llega el momento de enfrentarse a sus “padrinos”, y no les queda más opción que repetir las mismas dinámicas de siempre.

Es justamente contra esa inercia de la vieja política y sus adláteres, contra la “versión oficial de las cosas” contra la que venimos desplegando una poderosa herramienta: la creatividad social y política. Gracias a ella ya hemos sido capaces de agujerear el muro de contención de la “impunidad aristocrática” de ciertos personajes de la España carpetovetónica; territorio en el que el concepto de “casta” se hace carne cotidianamente. Quien no comprenda la potencia del significante “casta” es porque desconoce la realidad de nuestro país. No escasean los lugares donde todavía hay quienes se sienten legitimados a operar por encima de la voluntad popular, reclamando prebendas heredadas de otro tiempo político y otro contexto social. Castilla-La Mancha es una Región donde aún hoy sobreviven personajes que se visualizan a sí mismos como portadores o representantes de una legitimidad social que a muchos nos resulta tan ilusoria como sus extensas biografías institucionales.

Ahora, fuera de juego, es posible que les falte la seguridad que siempre tuvieron. La seguridad de que, fuera como fuese, “ellos y los suyos” siempre saldrían beneficiados de la situación. Acostumbrados a parapetarse en las instituciones nunca imaginaron que el cambio podría ser real; tampoco que el cambio real acabaría con sus aparatos, sus acomodos y sus mandarinatos. Hoy empiezan a percibir -que no ha aceptar- que la regeneración democrática de nuestro país, de este país por venir y con porvenir, no guarda un lugar a quienes se han beneficiado de las situaciones de bonanza o de las de emergencia social. En el país por venir no hay lugar para los beneficiarios políticos de una economía hecha contra la gente, ni para aquellos que han dedicado su vida a instalar la mediocridad y la bajeza en las instituciones; mucho menos para quienes han yugulado las aspiraciones de sus propios pueblos. Comienzan a vislumbrar un futuro que no será el suyo, donde serán olvidados. Nosotros y nosotras, que trabajamos en y por el futuro de nuestro país sabemos, sí hemos comprendido y aceptado aquellas certeras palabras del que una vez fuera Presidente de Castilla-La Mancha: “El poder, por sí mismo, ni suscita adhesión ni garantiza la transformación del presente. (…) Se trata de consolidar una ética democrática para que todos los avances sean irreversibles. Se trata de moverse en la incertidumbre de la democracia, porque eso es lo que también nos define como socialistas. Es más fácil decirlo que hacerlo. Es nuestro desafío”. En aquel libro escrito hace dos décadas, A vueltas con el futuro, el autor mostró gran lucidez discursiva y buenas intenciones encomiables. Pero el futuro que preconizaba (su presente de hoy) ha acabado por desacreditar la ética de sus palabras.

El tiempo termina colocando a cada uno en su lugar. La indigencia institucional provoca anomia social y anorexia política. El recorrido de todo gobierno está condicionado por su capacidad para moverse, como un funambulista, entre pasos decididos y pasos tambaleantes. Cuando el equilibrio falla, cuando el movimiento es inestable y poco decidido, cuando las dudas son más de las que cabría esperar y resulta difícil explicarlas, se corren serios riesgos de no terminar la carrera. El poder nunca se posee, el poder es una relación; y en democracia, el poder político siempre se da en una relación entre iguales. Los gobiernos se sostienen en mayorías, conformadas por una fuerza política o por el diálogo, el acuerdo y la colaboración de varias.

Decíamos al principio que a veces hay que recordar lo evidente para no desorientarse. Hoy es un buen día para recordar que quien gobierna siempre lo hace por delegación temporal, moviéndose “en la incertidumbre de la democracia”. Es difícil de comprender e imposible de explicar cómo se pretende gobernar Castilla-La Mancha sin entender que hay que desprenderse de equipajes inasumibles, que el exceso de carga puede hundir la nave por un mal cálculo en el número de votos necesarios. Que nadie se lleve a engaño, en esta película el verdadero protagonista es un sujeto elíptico, omitido por vocación política y cortesía institucional elemental. Nadie es realmente dueño de su nombre, menos en política, y todos sabemos que la gramática política termina siempre por prescindir de aquello que no se puede nombrar con claridad.

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