Opinión

Dormíamos, despertamos

Para ilustrar el equívoco puede servir una anécdota que siempre se ha presentado como prueba del humor gallego de Franco, aquélla en la que, ante una queja del director del periódico Arriba sobre las presiones que recibía de sectores del Movimiento Nacional, él le respondió: “Usted haga como yo y no se meta en política." Es muy probable que tanto sus hagiógrafos como él mismo pensaran que se trataba de un buen chiste, inconscientes de que estaban reconociendo una cruda, salvaje realidad: lo de Franco, efectivamente, no era política. La administración de un poder adquirido y ejercido por la fuerza no se atiene a la definición de política como la negociación de las formas y las normas de convivencia entre seres libres e iguales. Seres libres e iguales que reciben desde antiguo la denominación de ciudadanos y aquellos que son gobernados por un poder despótico o en cuya elección no han tomado parte, para empezar no son libres y se llaman súbditos.

Curiosamente, alguna parte del desprestigio actual en nuestra sociedad de la política proviene de las manifestaciones de los propios políticos que tildan de “político” todo aquello en lo que quieren proyectar la sospecha de un interés turbio, así, por ejemplo, una huelga es “política” cuando se pretende descalificarla como gratuita, innecesaria.  Pero entonces, lo que ellos hacen ¿es política? A lo peor, no.

¿Qué queremos decir cuando calificamos algo como “políticamente incorrecto”? Básicamente, creo yo, lo que antes se conocía como “impertinencia”, algo contrario a las convenciones sociales. El hecho de que hoy, algo como un comentario machista, homófobo o racista lo consideremos políticamente incorrecto, es, para empezar que lo consideramos político y que combatirlo y erradicarlo es cometido de todos, no solo de los políticos. Que la política es cosa de todos pero también que todas las realidades que afectan a la vida de los ciudadanos, desde las aparentemente más insignificantes, son políticas, son dimensiones implícitas en la expresión aludida y en una conciencia social cada vez más extendida. La evolución de las mentalidades y en la percepción de la realidad que se da la calle tarda tiempo en ser asumida y  normalizada jurídicamente y eso fue precisamente la clave del éxito de la transición como proceso, algo de lo que el propio Suarez fue consciente como la voluntad de llevar al ordenamiento jurídico lo que ya era normal en el medio social.

Pues bien, no sé si tiene sentido hablar de la actual coyuntura política como de una nueva transición, pero lo que sí parece cierto es que hay muchas realidades y percepciones que son normales en calle, que están en la cabeza de la gente y que va siendo hora de que se normalicen jurídicamente.

Sin pretender entrar en el análisis de las causas, del por qué de la situación a la que hemos llegado después de casi cuarenta años de sistema democrático, el hecho es que debemos reconocer que nuestra realidad política dista mucho de ser ejemplar en su conjunto. Recordemos que el movimiento del 15M que tuvo como escenario original la puerta del Sol de Madrid y que irradió incluso más allá de nuestras fronteras surgió del hartazgo de la corrupción y de las mentiras de la clase política y se expresó a través de una crítica directa del propio sistema de representación democrática con el inapelable: “Que no nos representan, que no.”

Podemos es una de las secuelas del 15 M y comparte con aquel movimiento el hartazgo y la indignación de la corrupción y de la desfachatez de la que muchos políticos hacen ostentación. Nos presentamos por vez primera a unas elecciones generales con un proyecto, que al margen de las propuestas de reconstrucción de una sociedad desmembrada por una dolorosa brecha económica que hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, plantea una regeneración del conjunto del sistema desde una nueva concepción del significado de hacer política en el que la representación no es el secuestro de la capacidad de decidir de la ciudadanía sino la mera representación de sus dictados y de la que tiene que rendir cuentas ante ella permanentemente. Con Podemos nos hemos levantado los ciudadanos normales que hemos tomado al fin conciencia de que la política nos incumbe a todos y no queremos que se siga haciendo a nuestras espaldas y a nuestra costa. La placa con la que el nuevo Ayuntamiento de Madrid ha rendido homenaje a aquel desbordamiento ciudadano que fue el 15M lo expresa con rotundidad poética: “Dormíamos, despertamos”.

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