Opinión

¿Por qué es necesario un pacto nacional por la Educación?

La ley actual no ha suscitado otra cosa que desacuerdos en las escuelas y, por tanto, debe dejar de articular nuestro sistema educativo lo antes posible.

De todos modos, la pregunta más importante en este tema es: ¿pacto educativo para qué?

En nuestra historia reciente (desde el año 1970) nuestra educación ha seguido una visión coherente que tiene como máxima expresión la importancia de la Universidad: El dominio absoluto de la academia (lengua, matemáticas y sus derivados) en detrimento de las capacidades artísticas, físicas, manuales, técnicas o emocionales. Este sistema dual marca un camino “ideal” y otros caminos secundarios o de menor importancia: véase la Formación Profesional y el impulso estéril que se le ha intentado dar, habiendo aumentado su repercusión únicamente cuando la crisis ha abrillantado sus cualidades, sin entrar en la formación artística o deportiva. Esta estructura tiene su reflejo en la sociedad actual y dificulta la igualdad de las personas: si alguien no quiere lo que la mayoría o sus habilidades son más apropiadas para otras labores tiene dos opciones: o permanece en la autovía construida para la mayoría a disgusto, o tendrá que luchar mucho más fuera de la carretera asfaltada, donde hay muchos más baches e inconvenientes, sufriendo además las miradas de quienes les miran desde sus coches con cierto aire de superioridad.

Es verdad que ha habido muchos cambios legislativos en los últimos 45 años, pero ninguno verdaderamente rompedor. Básicamente han servido para que el profesorado adaptase su burocracia a lo que requería la Administración, sin impulsar una reflexión y quizá una modificación necesario en sus prácticas. Hemos adelantado el momento de decidir entre “ciencias o letras” para aquellas personas que “valen para estudiar”, hemos tenido cambios en el número de pruebas externas o de calificaciones (muchas o muchísimas, según el momento), hemos tenido tímidos avances en la formación, selección y carrera del profesorado, pero no se ha acometido una reforma radical del sistema, y por lo tanto es normal nuestra sociedad siga estando estructurada básicamente de la misma manera que hace 45 años.

Espero (seguramente con ingenuidad) que la próxima sea una reforma valiente, que busque nuevas soluciones y no ligeras modificaciones para solucionar los problemas que, habiéndose reducido en los últimos años, siguen presentes: abandono escolar temprano, excesiva memorización de contenidos, casi ausencia de carrera profesional docente, etcétera.

Se hace necesaria una reflexión profunda sobre cómo queremos que sea nuestra sociedad y qué papel queremos que juegue la Educación en ella. Si queremos una sociedad que permita la igualdad y, por tanto, la libertad de las personas para elegir el camino que crean más conveniente para su vida, no podemos continuar como hasta ahora. Habrá que mirar en nuestro entorno, pero al final nuestro sistema tendrá que ser propio: podemos hacerlo mejor. Y para poder hacerlo mejor, necesitaremos una buena financiación, así que no olvidemos incluir la memoria económica en el propio texto de la ley.

Por lo menos me queda el consuelo de que al parecer una lección sí hemos aprendido: no se puede llevar a cabo ninguna reforma educativa sin contar con el profesorado. Ni se puede hacer de un día para otro. La educación se debe pensar a largo plazo, y no debe ser utilizado como arma política cortoplacista así que los cambios deben hacerse para que se queden. Es como un guiso, que debe hacerse a su amor, a fuego lento, porque si no se nos chamuscará y se echará a perder, y ni siquiera las patatas, que siempre están ricas, podrán salvarse.

Pablo Martín Calvo

Maestro y pedagogo

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