Opinión

Explotación laboral

Este trabajo me lleva aproximadamente unas 20 horas semanales, incluyendo desplazamientos por toda España. Con esta carga de trabajo y lo que me están pagando, más o menos recibo 8€ (brutos) por hora. Yo tengo suerte porque estoy bastante arriba en mi empresa, pero hay mucha gente por debajo que lo tiene bastante peor.

El ambiente por otra parte no es nada agradable. Cada vez que me encuentro con mi clientela recibo, muchas veces antes de que empecemos a hablar y a negociar, malas caras, reproches, críticas que no tienen fundamento si nos fijamos en los documentos que utilizamos para ponernos de acuerdo, y casi con total seguridad insultos de toda índole.

Desde los más suaves como “no tienes ni idea de cómo hacer tu trabajo” hasta los más graves que me niego a reproducir. Mis compañeras de trabajo además tienen que soportar que simplemente por ser mujer se dé por hecho que lo van a hacer peor y que les lleguen insultos asquerosamente machistas, así que ellas tienen mucho más mérito que yo. Algunas veces en mi trabajo hay quien ha llegado a sufrir agresiones, teniendo que lidiar en esas ocasiones con la justificación de esas agresiones por parte de otras personas que incluso no estaban presentes basándose en una supuesta actitud desafiante o de superioridad que dicen tuvo mi compañero.

Mi trabajo además está influido fuertemente por otros departamentos que están permanentemente intentando que me equivoque para sacar rédito. No toleran el más mínimo fallo a pesar de que en una hora puedo llegar a tomar 200 o 300 decisiones, la inmensa mayoría de ellas acertadas. No sólo eso, sino que aun siendo decisiones acertadas siempre recibo críticas, protestas y desprecios porque los intereses de los distintos departamentos están diametralmente enfrentados y todas mis decisiones siempre perjudican a alguno de ellos.

En estas condiciones de constante presión, de distintos grupos de personas intentando influir en mi trabajo para conseguir beneficios aunque no sean lícitos, de crítica constante e insulto casi garantizado, de absoluta falta de respeto a mi profesionalidad y mi labor por personas que desconocen la dificultad de mi trabajo, de temer por mi integridad física, todavía tengo que soportar que haya gente que diga que cuando me equivoco en mis decisiones (que recordemos que tomo en décimas de segundo en un entorno hostil y con un gran nivel de complejidad) lo hago con mala intención. Porque tengo animadversión hacia aquellas personas que están constantemente criticándome e insultándome. Que lo hago para robarles (ya os he contado que gano unos 8€ brutos/hora). Y todo esto de manera repetida, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. En todos los años que llevo haciendo esta profesión (que ya van camino de ser 10) apenas recuerdo una o dos ocasiones en que haya podido hacer mi trabajo no ya sin recibir una crítica, sino sin recibir un insulto.

Y por si fuera poco, encima tengo que aguantar a algunas personas que dicen que si no soy capaz de aguantar todo lo anterior es que no valgo para esto, así que quien tiene la culpa de que no esté a gusto en mi puesto de trabajo no es la persona que está enrareciendo el ambiente, sino que la culpa es mía por no saber abstraerme de toda esa violencia contra mí.

Este trabajo del que os hablo es el de árbitro. De casi cualquier deporte. En mi caso el balonmano. Yo tengo la suerte de que al ser un deporte minoritario son menores los peligros que os he contado. Los árbitros y las árbitras de fútbol lo tienen mucho peor, especialmente en campos de categorías inferiores donde no tienen ninguna protección. Escuchamos semana tras semana casos de agresiones, insultos, violencia en los campos, pero casi nadie hace nada ni toma cartas en el asunto decididamente. La reacción que se observa con mayor asiduidad ante estos hechos es que “son unos cafres, que en todos lados hay alguno” y pasar página hasta el siguiente incidente. Y sabiendo que los hay en todos lados, nadie hace nada por impedir que siga sucediendo.

Cuando arbitro, no siento otra cosa que desprotección. A veces tengo miedo de que alguno de esos cafres se pase de la raya y me provoque problemas serios que me impidan, por ejemplo, desempeñar mi verdadero trabajo que necesito tener porque yo no puedo vivir del arbitraje, como la inmensa mayoría. Y cuando alguien es valiente y denuncia una agresión, con muchísima frecuencia no recibe ningún apoyo de nadie que no arbitre. Algunas federaciones no sancionan apropiadamente a los culpables. A veces incluso nos sancionan por “no haber hecho todo lo posible para que el partido terminase”. O se nos acusa de jugar con las ilusiones de la gente, que de buena fe, estaban aplaudiéndote por cada una de las decisiones que has tomado a lo largo del partido. Y se les califica como “casos aislados”.

Aunque tengan una base de violencia general en todos los campos todos los fines de semana. Esos “casos aislados” son la punta del iceberg. Aun así todavía hay quien dice que estamos sobreprotegidos. Que podemos hacer lo que nos dé la gana y que nada nos pasa. Que gozamos de inmunidad. Cuánta ignorancia, cuánto desprecio al trabajo que realizamos semana tras semana para hacer buenos partidos y evitar por todos los medios ser el próximo que salga en los periódicos por haber recibido una agresión.

Habrá quien diga: hombre, una agresión es despreciable, pero lo de los insultos es algo normal, no se puede hacer nada. Yo le digo: el insulto no es más que el primer paso hacia la agresión. Cuando estoy arbitrando, la mayoría de veces no entiendo lo que me dicen porque es un murmullo o un griterío así que lo dejas pasar. Pero sé perfectamente que en ese griterío hay varias personas capaces de, si me pongo a tiro, soltarme un puñetazo o una patada que me haga replantearme si merece la pena. Por 8€ brutos la hora. Y todavía hay quien me llama ladrón.

Comentarios