Opinión

Erdogamia: Tesis de un autogolpe

Turquía  recientemente decretaba, por duración de tres meses y sin un horizonte definitivo de receso sino de prolongación, el estado de Emergencia junto a la suspensión de la Convención Europea de derechos Humanos. Las últimas puntas de flecha de una maniobra ofensiva acelerando el proceso de concentración de poder en Recep Tayyip Erdogan, el carismático y simbólico líder de facto del pueblo turco. De facto, pues no se reduce al parlamentarismo democrático al uso; el vínculo forjado por Erdogan con el pueblo turco es sólido y cuasi-simbiótico: Erdogan necesita al pueblo y el pueblo necesita a Erdogan. Quizá este es el elemento clave para entender el incontestable respaldo a su figura, bien definida por el hiperliderazgo y  canal comunicativo ampliamente directo con las masas.

Autoritario es un epíteto nada extraño para el personaje turco. Sus intentos—especialmente en los años recientes—de personalizar su poder y arrogarse facultades para tomar decisiones que no corresponden a sus atribuciones han despertado polémicas tanto nacionales como internacionales en el curso de los últimos años; significativamente se le acusaba de ser el promotor de una deriva islamista en un país con profunda presencia del Islam  que no obstante conjuga el respeto por la tradición y el laicismo de Estado constituyendo el orden jurídico-político que da lugar a la República de Turquía, fundada por Mustafa Kemal Atatürk en 1923.

Así tras el acontecimiento del fallido golpe de Estado—técnicamente desastroso y condenado al fracaso desde el inicio observando la preparación, efectivos y el modus operandi del mismo— el líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP en turco) ha tomado la iniciativa implementando una agresiva batería de medidas no de castigo por rebeldía y sedición a los “terroristas” cuya pretensión era tomar el poder y subvertir el orden Constitucional. Contrariamente está ejecutando una purga política bien confeccionada.

Repasando datos publicados por distintos medios, fuentes y agencias las cifras de detenidos por participación o vinculación al Golpe ascienden a 11.000 detenidos incluyendo a  militares (más de 6.000), jueces, fiscales y en torno a un centenar de policías. Alternativamente han tenido lugar “renuncias” forzadas, esto es, destituciones de 1.577 decanos, 95 suspensiones de personal académico de la Universidad Estatal de Estambul además de cuatro rectores de otras universidades. No limitándose a este respecto de la administración pública, .2345 empleados del Ministerio de Deporte y Juventud han sido asimismo suspendidos. Gran mayoría de ellos son relacionados con el clérigo residente en EEUU Fethullah Gülen, otrora aliado de Erdogan y desde 2013, enemigo del mismo señalado por Erdogan como ‘terrorista’, querer la inestabilización del país e instigador del Golpe. Por último, la inaplicación de la Convención Europea de Derechos Humanos y la introducción en el debate público del establecimiento de la pena de muerte y su consiguiente reforma constitucional capitalizando la euforia de la mayoría social afín a Erdogan abren un periodo de incertidumbre y reflexión manifiestas.

No parecen ser medidas casuales ni contingentes debido al Golpe. Las detenciones, destituciones y suspensiones se revelan como acciones necesarias adheridas a una determinada y coordinada unidad de acción, a una agenda política. Posiblemente los ejecutores del Golpe desconocían en gran parte o al completo que podrían estar formando parte de una estrategia bien calculada e instigada  como deus ex machina, a posteriori justificada con el ‘interés general’. La teoría de la conspiración o los complots son adversos al sentido común general y legítimamente criticables. No hay evidencias sostenibles o existentes que confirmen un Golpe de Estado orquestado desde arriba anticipando este resultado.

Sin embargo, leyendo el tenor de los acontecimientos y su traducción política, en momentos de inestabilidad y dislocación, la introducción de elementos que catalicen la opinión pública hacia una cabeza que articule como propias sus demandas y tenga la capacidad de definir fronteras y nombrar enemigos, apuntalan política y socialmente su figura de líder, renovando y hegemonizando su rol de autoridad sobre el pueblo: un líder que responde y ‘escucha’ al pueblo y un pueblo que personaliza sus demandas en su líder. “Si Erdogan nos pide salir y morir por él, nosotros salimos y morimos por él y morimos”, decía un ciudadano turco entrevistado en un medio de TV. Un líder envuelto por una legitimidad carismática como decía Weber, aprovechada para el desarrollo y producción de sus intereses personales. Erdogan, allende su corte islamista, personaliza Turquía, la hegemoniza. Edogan es Turquía para Turquía. Una auténtica Erdogamia.

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