Opinión

Vistalegre 2.0

Se trata en los dos casos de significantes vacíos.

1) En realidad, las “ideas” o “tesis” que se vienen enfrentando públicamente en calidad de “estrategias políticas” no son más que diferentes aproximaciones tácticas para un objetivo electoral a medio plazo: levantar el puño (piedra) para recuperar el millón de votos perdido por la izquierda o hacerlo con el signo de la victoria (tijera) para pescar en el río revuelto del electorado socialista. En otras palabras: o disfrazarse mediáticamente de movimiento sociopolítico en las calles (piedra) o hacer lo propio en calidad de organización técnica e intelectualmente competente en las instituciones (tijera). Es obvio que, con independencia de las posiciones orgánicas que conquiste cada banda en la Asamblea Ciudadana de febrero, desde un punto de vista electoral, a partir de marzo no quedará más remedio que tratar de combinar ambas: se articularan equipos, figuras, discursos, tiempos y espacios tanto para representar mediáticamente lo primero como lo segundo.

2) En consecuencia, en tanto venimos asistiendo a la escenificación de un falso debate en el cual no existen ejes políticos estratégicos de ningún tipo, las apelaciones a la “honestidad intelectual” o a la necesidad de “decir(se) la verdad” no son más que, en el mejor de los casos, brindis al sol. En la charca de los significantes flotantes cargados de emotividad (“ilusionantes”) en la que insistimos en permanecer chapoteando sólo hay espacio para los sofismas: hasta las posiciones críticas con este estado de cosas resultan fagocitadas… ¡en calidad de “abuelas/troncos” o “abrazos” dentro de manifiestos, videos, twitters o memes virales! Para quien aún albergue alguna duda los toques de atención ya están lanzados (y volverán a repetirse a lo largo de este mes): tras el momentum de la “participación”, el “debate”, la “honestidad” y la “estrategia” tocará a replegarse en torno a los símbolos, los argumentarios y los relatos “ganadores” de forma, de nuevo, “leal” (“lealtad” cuya segunda acepción remite al “amor o gratitud que muestran al hombre algunos animales, como el perro y el caballo” -la primera acepción es aún peor-).

Desde hace meses diferentes miembros del núcleo irradiador, de ambas bandas, han venido insistiendo en que la “máquina de guerra electoral” es una fase concluida. La realidad, como se ha señalado, les desmiente: la suspensión sine die del análisis y el debate respecto del último resultado electoral ha marcado una dinámica de prolongación de las inercias inscritas en la “hipótesis -táctica- populista” en la que aún seguimos inmersos.

Aquella organización compuesta por un puñado de generales estatales y autonómicos, sin cuadros intermedios y por masas de reclutas sin instrucción política alguna, sigue siendo la nuestra. Una organización volcada en el marketing electoral: la edición audiovisual, la composición de relatos y discursos “sexys”, la conquista de la viralidad virtual, el diseño de nuevas simbologías “populares”… Los mismos equipos y dinámicas colectivas que se han trabado a lo largo de tres años de batalla electoral permanente (los spin doctors, los fontaneros, los diseñadores gráficos y los expertos en redes) siguen ahí, trabajando; sólo que ahora lo hacen “a la interna”. Y no hay mejor indicador del grado de madurez de organización política transformadora que atender a los códigos que utiliza: cuando no hay diferencia alguna, ni en el contenido ni en la forma, entre una comunicación a un órgano de deliberación político, una a la militancia y otra a la ciudadanía, estamos ante una organización por construir.

Lamentablemente esa construcción precisaría de suelo sobre el que levantarse: un suelo ideológico (pues ningún ejército combate a largo plazo para ganar únicamente una batalla). Una cosa es un programa electoral, instrumento táctico sujeto a la coyuntura, y otra, diferente, es el programa de máximos (estratégico) de una fuerza política. Podemos ha crecido electoralmente gracias a su ambigüedad respecto de este último. No obstante, una cosa es no arrancar desde ningún a priori ideológico excluyente y otra, bien distinta, obstinarse en tratar de permanecer perpetuamente en esa misma situación, en la infancia (niño/a sólo se es una vez). El millón de votos perdidos en junio fue el primer aviso. La estructuración orgánica de un debate permanente en torno a ciertos ejes políticos laxos/abiertos de carácter estratégico (1. Europa/deuda; 2. Empleo/desigualdades/renta básica; 3. Republicanismo democrático; etc.) debería haber formado parte, desde hace seis meses, de las tareas prioritarias a acometer por el conjunto del Partido. De forma tal que lo que se dirimiera en la Asamblea Ciudadana fueran las diferentes posiciones colectivas respecto de los mismos. Ese debate hubiera permitido: 1) Crear organización: pues sus marcos, procedimientos y estructuras no tendrían por qué fallecer tras la Asamblea Ciudadana sino, al revés, prolongarse más allá de ésta; 2) Empoderar a la militancia -instruir políticamente a los reclutas-: lo que permitiría pensar en darle un contenido no virtual ni propagandístico a la “calle” y/o al “movimiento”.

En ausencia de dicho suelo y rodeados de agua y flotadores, en la forma de significantes, lo previsible en febrero es más de lo mismo: “debates” procedimentales y organizativos completamente desconectados de los documentos políticos; documentos políticos preñados, a su vez, de tácticas elevadas a la categoría de tesis “estratégicas”; y, todo ello, adobado a cascoporro con la simbología (Springsteen, obrerismo, movimiento, etc./Coldplay, transversalidad, patria, etc.) propia de cada banda. En otras palabras: poesía. Los análisis y los diagnósticos (la prosa), y su contraste en relación con objetivos políticos en el medio y el largo plazo, seguiremos reservándolos para La Tuerka, la Universidad de Podemos y las ocasionales intervenciones individuales de opinión en medios escritos.

¿Qué estaría en juego entonces? Únicamente, por eliminación, las posiciones orgánicas a conseguir por parte de “los nuestros” frente a “los otros” en el Consejo Ciudadano Estatal (CCE) y en el Consejo de Coordinación (CC). Y sus presuntos corolarios: avanzar hacia la reconversión orgánica en un Unidos Podemos-partido que nos provea mágicamente, mediante un soñado desembarco “selectivo” de cuadros, de lo que carecemos (¡más de “los nuestros”!), o quedarnos los que ya estamos, multiplicando ad nauseam las tácticas propias de la hipótesis populista para incorporar a “los que faltan” (¡más de “los nuestros”!). Lo que equivale a reconocer que aquel tipo de “organización controlada por cargos públicos y liberados [y cargos orgánicos estructurados en bandas]” en la que no queríamos convertirnos viene siendo lo que somos: a base de pretender no reconocernos como Partido y, por consiguiente, no pensarnos colectiva y críticamente como tal, hemos permitido que nos gobiernen los automatismos de las dinámicas estructurales más básicas de las organizaciones (empezando por la ley de hierro de la oligarquía de Michels).

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