Opinión

Luchar contra el patriarcado como quiere el patriarcado

Asistimos a cientos, miles de opiniones en internet, en tesis, en libros sobre el sistema contra el que hay que luchar y que nos convierte en personas más vulnerables y desprotegidas. Pero no nos paramos a pensar sobre el cómo hay que luchar aunque, como siempre, surgen varias sensibilidades, varios puntos de vista que, a veces, parecen antagónicos.

Dando por sentado que el patriarcado ha asumido que nuestra lucha ya ha comenzado y que es imparable, nos surge la pregunta ¿cómo luchamos contra él para acabar ganando la batalla de la igualdad, es decir, del feminismo? Echemos un vistazo a la historia, la referencia patriarcal más representativa. Observamos que las guerras y batallas se han basado principalmente en un uno contra uno directo. Parece ser que el patriarcado necesita un enemigo enfrente que a su vez no solo se considere a sí mismo el enemigo, sino que reconozca a su propio enemigo en el otro. Así es como a veces establecemos la lucha con los de enfrente, metiendo en el saco a todos los varones cuando ellos son los colaboradores más necesarios de una sociedad donde reine el feminismo. Al Patriarcado le funciona bien la guerra de posiciones, en el uno contra uno se siento cómodo.

Hablemos de las que “estamos enfrente”: nosotras y todas las personas que luchan por el feminismo. El patriarcado busca un enemigo que utilice las referencias socio-culturales impuestas por éste y las “pisotee, ningunee y reniegue de ellas” (ese es el argumento patriarcal perfecto: caos y desorden). Lo que conseguimos de esta manera siguiéndoles el juego es que la mayoría de mujeres no se identifiquen con el mensaje, ya que les estamos destruyendo la (única) realidad que ellas reconocen como válida, por lo tanto nuestra lucha deja de ser efectiva y resolutiva. Además, el patriarcado consigue de esta manera señalar de manera clara a las personas que hacen tambalear un sistema de valores: nos señalan como el enemigo. Nos convierten en su enemigo, un enemigo que pone en peligro la realidad de todas y todos.

El patriarcado está encantado con esa manera de actuar: les ponemos en bandeja la idea de que los hombres están enfrente de las mujeres, no al lado, y escupimos al imaginario de la mayoría de mujeres sin una explicación previa. Un ejemplo muy claro de este tipo de batallas es renegar de sentirse femenina por considerarlo un acto que responde a las exigencias masculinas sobre cómo debemos ser. Probablemente esto sea así, pero que sea prácticamente irrefutable no quiere decir que nos esté ayudando o yendo a nuestro favor a la hora de acabar con el sistema que nos oprime.

El punto en el que el patriarcado se queda descolocado es en el que no utilizamos esas armas que nos ponen en bandeja como propias, esas trampas del todo o la nada, y estamos orgullosas de maquillarnos o no si nos apetece, de depilarnos o no si nos apetece, de vestirnos con transparencias o no si nos apetece; es decir, de hacer lo que queramos si nos apetece, previa consciencia de nuestra libertad, de lo que nos oprime y contra lo que luchamos de manera consciente o totalmente inconsciente.

El feminismo no debe luchar con las mismas armas que nos ha impuesto el patriarcado. No podemos permitirnos coger los valores del enemigo y querer desarmarlos sin la alternativa muy bien argumentada: ello nos puede llevar a un cambio puntual –ganar una batalla- pero poco sólido a largo plazo. El patriarcado quiere señalar a un enemigo fijo, claro, perfectamente posicionado. El feminismo debe basarse en utilizar su contexto para ponerlo del revés a través del empoderamiento de nuestras mentes, nuestros cuerpos, nuestras actitudes y, en última instancia, del propio sistema. No podemos caer en la trampa de funcionar igual que el patriarcado; somos algo diferente. Necesitamos construir proactivamente y no hablar tanto de destrucción, abolición y prohibición, pues el feminismo entiende de matices y es más rico gracias a ellos. No debemos caer en la trampa de un posicionamiento inamovible. Sobra decir que lo que el patriarcado espera es intolerancia, desacuerdos y enfrentamientos entre los diferentes feminismos. No les demos ese gusto. Nuestra manera de luchar debe basarse en otros conceptos más positivos que los que hemos venido observando a lo largo de la historia: nuestra realidad y nuestro sentir son diferentes, y así tiene que ser nuestra lucha.

Es difícil dar una respuesta clara a la pregunta planteada; es difícil, complejo, atrevido y arriesgado. Pero si hay algo que queda meridianamente claro es que no podemos utilizar ni las mismas lógicas del patriarcado ni sus mismas actitudes y maneras de actuar, porque no queremos ser lo mismo en el lado de enfrente, porque no queremos ser lo que no nos gusta, porque debemos construir un modus operandi feminista en toda su amplitud: solidario, tolerante, movible, asertivo y reflexionado desde la realidad en la que tenemos que desarrollar esa lucha.

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