Opinión

El monocolor político

Tras lo acontecido en 2018 y en el inicio de este año en el terreno político de nuestro país, la volatilidad informativa se ha convertido en la fuerza más temida por los partidos políticos. Atrás quedan aquellos líderes partidistas del pasado, como Aznar o Zapatero, cuya estabilidad institucional y partidista era tal que era difícil prever un giro inesperado en el guión político. Se trataba de una política mayoritariamente previsible, seguramente aburrida para el común de los ciudadanos y especialmente para los periodistas. Aquella época de principios del siglo XXI que golpeó con la peor crisis económica, de cuya razón vivimos hoy la precariedad, era sin duda la cima del bipartidismo moderno. Ese bicolor político, extendido a todas las organizaciones sociales, desde asociaciones de vecinos hasta los principales sindicatos de trabajadores, fue perdiendo la credibilidad, sin duda por la gestión de la crisis económica, por la conectividad política con Europa, especialmente con la crisis de la socialdemocracia, y por la eclosión de las redes sociales.

Este caldo de cultivo movilizó a la ciudadanía, incluso sin contar con los principales movilizadores de la calle como las organizaciones sindicales, y puso en duda lo que hasta ese momento había sido inquebrantable, como la democracia del voto cada cuatro años, la representatividad, la constitución elaborada por hombres de pasado oscuro, y en definitiva puso en duda el relato que se había asentado de lo sucedido en el pasado.

Con la llegada de la primavera de 2011, esta movilización tuvo su espejo en el norte de África y Oriente Medio, pero con un relato diferente, quizá anterior a la línea evolutiva política de nuestro país, ya que a fin de cuentas la gran mayoría de países árabes fueron fabricados por occidente, quién dibujó con líneas rectas sus fronteras.Pese a que la formas, las reclamaciones, los lazos políticos fueran diferentes, existió una gran movilización en los países que comparten costa mediterránea; sacudió los países poniendo en duda lo que sus gobernantes, electos o no, habían estado defendiendo.

La crisis de la 'bicoloración' política en las costas del norte del mediterráneo terminó por propiciar un instante populista que muchos de los ciudadanos que se habían movilizado años atrás capitalizaron aceptando las reglas institucionales de cada uno de los países. Grecia, Italia y España rompieron con su bipartidismo mediante las tesis populistas de izquierda, con Syriza, movimento 5 stelle y Podemos. Siendo uno de los más famosos este último dado que su creación venía como respuesta a estas tesis. Los partidos de Italia y Grecia tuvieron una creación anterior a estas tesis y supieron capitalizarlas sumando a multitud de ciudadanos movilizados frente al bipartidismo. Esto mismo haría el partido Rassemblement National o Frente Nacional pero asumiendo las tesis en dirección contraria, defendiendo el populismo de derecha.

La crisis política en las costas del sur del mediterráneo fue bien diferente, dado que esa emancipación frente a las potencias occidentales en el siglo pasado no había sido del todo efectiva. De esta forma las reclamaciones de libertad y democracia fueron capitalizadas por occidente buscando cambiar los liderazgos de cada país para acallar las protestas y beneficiarse económica y políticamente. Así fue el caso de Egipto o Túnez, pero lamentablemente no corrieron la misma suerte países como Libia, Yemen o Siria, quienes sufrieron y siguen sufriendo una guerra devastadora. En el caso de Argelia, Marruecos o Jordania las protestas acabaron por acallarse tras giros en la política de sus países.

Las tesis populistas se conocen por ser volátiles pues se fundamentan en parámetros políticos poco tangibles o poco abarcables, es decir, tienden a abrir sus discursos con el uso de palabras de un calado mayoritario, como ciudadanía o democracia. De esta forma y con la llegada al poder en algunas instituciones de los partidos populistas de los países del sur de Europa, la diversidad política se amplió, y el espectro cromático dio como resultado parlamentos multicolores. Así, se pasó del bicolor al multicolor. Los pactos, acuerdos, se imponían a las mayorías absolutas de antaño y un simple tuit, podía arruinar la carrera prometedora de cualquier dirigente. La llegada de políticos sin experiencia política, hizo de sus vidas escaparates y la palabra dimitir se empezó a usar de forma habitual. El periodismo que antaño se aburría y aburría por la intrascendencia de una política insustancial comenzó a ser fuerte y aquellos todopoderosos periódicos y televisiones dejaron paso a páginas web o canales de youtube, sirviéndose del nuevo espectáculo en el que se estaba convirtiendo la política.

Poco a poco llegamos a la actualidad y donde partidos progresistas habían hecho suyas las tesis populistas, nos encontramos hoy con partidos reaccionarios haciendo suyas las tesis populistas de derechas. Frente a esta nueva hegemonía populista, la volatilidad de su discurso, ha llevado a que partidos como Podemos viren ideológicamente a posturas de la izquierda clásica o a que el movimento 5 stelle se una a la liga norte, partido italiano que capitaliza el populismo de derecha, haciendo más fuerte esta nueva hegemonía.

En este nuevo paradigma nos encontramos un viraje populista de izquierda a derecha en las democracias occidentales y americanas con personajes como Bolsonaro, Trump, Salvini, Le Pen o Abascal, que en España ha sabido aprovechar la caída del populismo de izquierda y movilizarlo a la derecha. Este viraje global está provocando nuevas polaridades y allí donde está triunfando el populismo de derecha, los partidos liberales históricos no diferencian ya sus discursos y se unifican en un mismo bloque, un bloque monocolor donde desaparecen los matices y líderes como Pablo Casado, Albert Rivera o Santiago Abascal bien podrían pertenecer al mismo partido. Frente a este polo, no hay nada, al menos, que esté sabiendo capitalizar el polo opuesto. Partidos como PSOE o Podemos lideran una izquierda clásica decadente, bien como una socialdemocracia desdibujada obien como una izquierda de ceño fruncido que deja escapar la opción populista de izquierda para enfrentar al otro bloque hegemónico.

En esta situación, España vive un monocolor político con un gobierno desdibujado, con una oposición leal al gobierno que no cree en el proyecto estatal o que no entiende el nuevo bloque hegemónico y se alinea a lo más antiguo del movimiento obrero. Así, para los ciudadanos que tristemente contemplamos la deriva mundial, nos encontramos huérfanos de color, huérfanos de voto, huérfanos de rumbo político.

Sólo una nueva oleada de movilizaciones que ponga en duda todo color, todo voto y todo rumbo político previo, o en última medida un nuevo rumbo para una izquierda desorientada, puede salvarnos del monocolor político.

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