Opinión

Políticos en prácticas

Está claro que la política en España ha dejado de ser lo que era. Ocho años han pasado desde aquel fascinante e iluminador movimiento del 15M que trajo la confianza a la ciudadanía en contra del inmovilismo político y el autoritarismo bancario. Fue entonces cuando se pudieron ver las primeras fracturas del bipartidismo, un declive constante que acabaría por cambiar la forma de hacer política y, con ello, la organización de partidos. La realidad que pocos y pocas se han parado a analizar es que España tan solo suma cuatro años en el que la dominación del bipartidismo (PP‑PSOE) desapareció por completo, abriendo la puerta a un sistema de partidos variado, pero agrupables bajo los típicos bloques incipientes de este tipo de florecer ideológico, que no son otros que el eterno enfrentamiento entre el bloque progresista y el conservador.

En primer lugar, tengamos en cuenta que nuestro país tiene una particularidad que lo diferencia del resto de naciones de nuestro entorno. La tradición democrática en España aún está “en pañales” y está demostrado que en política le queda mucho por aprender. Sin embargo, muchos se preguntaran ¿41 años de democracia no son suficientes? Por supuesto que no, este tipo de formas de gobierno tardan décadas en consolidarse y de ahí nuestra singularidad. No es que seamos un atajo de burros inconformistas, sino que a diferencia de otros, nuestro país cuenta con la dificultad de tener una diversidad cultural e identitaria que ningún otro territorio cuenta y eso sí, con un desarrollo envidiable conseguido tras siglos y siglos de contacto entre pueblos tan diferentes, culturalmente hablando. Puede parecer un piropo al verdadero sentimiento de ser español, y lo es, pero tiene sus matices. Por muy bueno que parezca esto implica una mayor dificultad del hacer democrático, ya que compromete a un consenso extensivo entre colectivos de todas las índoles, ya sean sociales, culturales, económicos, religiosos, identitarios o ideológicos, estos últimos son los partidos políticos y, que a su vez, van desde simples regionalismos, nacionalismos conservadores o progresistas, independentistas, etc.

Pero llegados a este punto del cuento, no queda más que observar que la política en España está tendiendo al infantilismo más deprimente. El problema es que nadie se esperaba que el fin del bipartidismo y la irrupción de nuevos partidos con escaños sería tan inminente (Podemos y Ciudadanos en 2015, VOX en 2019 y la sorpresa de la irrupción de Más País en las próximas elecciones de noviembre que acabará, con total seguridad, por conseguir escaños). Pero esto no queda aquí, sino que este sistema ha dado un revés, no solo en el plano nacional, sino autonómico. Sobre todo, perceptible en el municipalismo, donde la aparición de plataformas ciudadanas o partidos de identidad municipalista han destrozado en tan solo cinco años la autoritaria e ingenua democracia española.

Dejando esa ingenuidad a parte, la política en España, si las formas no se corrigen, se encamina hacia la esencia de esas políticas extranjeras de simple y absurdo valor mediático. En efecto, esas que venden mucho, pero son incapaces de hacer nada efectivo, una “política de actuación”, es decir, más ruido que otra cosa.

Analizando un poco el camino de la política española hasta el absurdo mundo mediático de la inutilidad práctica pueden identificarse tres rasgos:

  1. Las elecciones han pasado de ser ese periodo de convencimiento ideológico a un simple laboratorio de experimentos basados en la caza del votante, a través de un marketing publicitario vacío de programa e ideales y más preocupados por la foto, la aparición en los medios de comunicación masivos o el personalismo.
  2. Ha desaparecido el verdadero estadista, esa figura que fuese de la ideología que fuese, era capaz de buscar el bien común entre todas las fuerzas por el bien de la sociedad, a través de comunicación, negociación y esfuerzo para lograr un consenso entre ciudadanos. Ahora ese sujeto parece haberse sustituido por el del político mediático, alejado de la doctrina que éste y su partido defienden debido a las incoherencias de su vida privada o intereses electoralistas.
  3. No hay tradición de acuerdo o consenso entre varias fuerzas, por lo que sin práctica previa en democracia es difícil que partidos de un mismo bloque dejen aparcadas esa absurda guerra de “quien la tiene más grande” y se pongan de acuerdo. Por lo que de más queda pedir que se pusiesen de acuerdo partidos situados en ambos extremos por un bien común.

De ahí aparecen las claras consecuencias que hacen inestable y asquerosa la labor política desde la perspectiva de los ciudadanos y se resume en:

  1. Genera una gran desconfianza al votante invitándole a irse a la abstención.
  2. Si los nuevos partidos pierden la confianza con el votante por sus incoherencias e inexperiencia, tarde o temprano, los electores volverán al bipartidismo en busca de más experiencia, formalidad institucional y estabilidad política.
  3. Parálisis institucional que genera la falta de gobierno nacional, que repercute en el avance de políticas autonómicas y municipales.
  4. Incertidumbre internacional, sobre todo en el círculo de la Unión Europea, que considera inútil reunirse sin tener estabilidad en el gobierno.
  5. Esta última puede ser la consecuencia más violenta y que nadie desea. Pero alargar la búsqueda de gobierno a través de repetidas elecciones provoca el agrupamiento de coaliciones con una mayor agresividad política, es decir, hacer más autoritario ambos bloques. Por lo que puede acabar en programas electorales e ideologías extremistas tanto de la izquierda y la derecha, con tal de captar hasta el último votante.

En conclusión, hace falta más altura de miras y una búsqueda de formulas de gobierno que plasme la realidad de la diversidad ideológica e identitaria de la sociedad en España. La necesidad de dejar de entender la política como una guerra de vencedores y vencidos, sino como agentes que han de trabajar por la mejora de una sociedad. La credibilidad de la política en nuestro país está en juego, y se pueda ser del bando que sea, solo los políticos a los que le pagamos con nuestros impuestos pueden hacerlo a través del respeto, la tolerancia, el dialogo, esfuerzo y la responsabilidad de dejar de mirarse su propio ombligo.

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