Opinión

Una Constitución que es de todos

Artículo de opinión de Fernando Mora, presidente del Grupo Socialista en las Cortes de Castilla-La Mancha.
Fernando Mora, presidente del Grupo Socialista en las Cortes de Castilla-La Mancha.
photo_camera Fernando Mora, presidente del Grupo Socialista en las Cortes de Castilla-La Mancha.

Cuando el 6 de diciembre de 1978 los españoles aprobamos por referéndum la Constitución no fuimos conscientes de que era la primera que en España se consultaba a la ciudadanía. Ninguna de las seis anteriores fueron consultadas al pueblo, algo que tradicionalmente tampoco se ha hecho con la mayoría de las Constituciones que existen en el mundo.

Aquel 6 de diciembre de 1978 comenzó una etapa diferente. Se hizo una Constitución para todos, una norma de convivencia que supondría, para España, un éxito colectivo, una plataforma que nos iba a permitir el mayor cambio producido en nuestro país a lo largo de la historia. El pueblo español dijo SÍ en un 91,81 por ciento, mientras que el NO solo alcanzó el 8,9 por ciento.

Hemos avanzado en nuevos derechos sociales e individuales para las personas y los colectivos, progresado en igualdad entre mujeres y hombres, construido los pilares de un Estado del Bienestar del que ya disfrutaban la mayoría de los Estados europeos, abriendo expectativas futuras de nuevos avances y desarrollo, trabajando siempre por evitar la marginación de colectivos vulnerables, y por hacer que la solidaridad fuese una constante en la convivencia y en los derechos.

El Estado de las Autonomías, y muy particularmente el surgimiento de regiones como Castilla-La Mancha, ha sido un acicate importante para atender a la gente desde la cercanía y conocer la realidad de sus problemas como sociedad, para cambiar una realidad que había permanecido inalterable durante siglos. Hoy, nuestra Región es diferente, y compatibiliza perfectamente la incuestionable unidad de España con la defensa de los intereses de nuestra gente, desde una perspectiva de igualdad y derechos, acorde con lo dispuesto en el Artº 14 de nuestra Carta Magna. No somos más, pero tampoco menos que cualquier otro español.

El valor de la Constitución fue precisamente el importante nivel de consenso que entonces se alcanzó y en el que participaron centristas, socialistas, comunistas, nacionalistas catalanes y algunos diputados de Alianza Popular. Pero mucho más importante fue el alto nivel de integración que el texto supuso, y ha supuesto a lo largo de los años, respecto de quienes incluso habían votado NO (parte de Alianza Popular y Euskadiko Ezquerra) o abstenido (otra parte de los diputados de Alianza Popular y el Partido Nacionalista Vasco), entonces.

Nuestra Constitución ha demostrado ser una Ley abierta e integradora, donde caben incluso aquellos que deliberadamente no la aceptan o se oponen abiertamente a ella, y que incluso lo manifiestan en las Instituciones por ella creadas, ya sea el Congreso, el Senado o en alguna Cámara Autonómica. Ese es su principal valor, su fortaleza democrática, algo que forma parte de la libertad, el progreso, la convivencia y la cohesión social. Por eso la Constitución es de TODOS y, por tanto, no puede ir contra nadie.

Cuando en España algunos hablan de constitucionalistas y no constitucionalistas, incurren en un grave error, porque pretenden excluir, de forma subjetiva, a quienes la propia Constitución no excluye. Es más, si lo hiciera se generaría una importante fractura y un conflicto político y social que España ni puede, ni quiere, ni debe permitirse, porque dejaría fuera del marco de convivencia a un buen número de españoles, y ese nunca fue el propósito de quienes elaboraron y aprobaron el texto. Hablar de España y anti-España es un error que nuestra historia cometió, pero que la sociedad de hoy no debe repetir.

La Constitución como marco de convivencia tendrá valor mientras la sigamos entendiendo como un instrumento de construcción, de cimentación de una sociedad plural, en progreso, abierta, libre, solidaria y sólida.

Su reforma y adecuación a los tiempos, si se diese el caso y la necesidad, se ha de hacer necesariamente con el consenso al que obliga la propia norma, porque es precisamente esta virtud la que la ha hecho perdurable, y por tanto la más larga y duradera de cuantas España ha tenido.

La Constitución tiene como enemigos, la violencia –de obra, de palabra o de omisión-, la intolerancia, la intransigencia, el odio al diferente, el machismo, el totalitarismo, el supremacismo, la incapacidad de entender y de entenderse, es decir, la negación de los mas elementales principios que inspiran desde hace mas de dos siglos los conceptos de democracia, igualdad y libertad.

Mientras nuestra Constitución se siga aplicando con el respeto, el rigor y el consenso que merece, nuestra democracia será fuerte y seguirá manteniendo y generando una sociedad con futuro, potente y cohesionada.

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