Opinión

De Tsipras a Casillas: Sentimiento y sistema

Pero debemos plantear una pregunta radical, una pregunta que ha de ser respondida desde la misma radicalidad que requiere la situación. Una pregunta que, en definitiva, debe ser respondida si es que queremos sacar algo en claro al margen del ruido mediático que ha rodeado la situación griega. ¿Qué han sido, en lo esencial, estas negociaciones? ¿Han supuesto, simplemente, el tira y afloja que han presentado los medios o han sido “algo más”? ¿Estaban en juego un puñado de medidas asfixiantes enteramente discutibles? ¿Solo eso? ¿Lo que estaba encima de la mesa era la discusión de ciertas medidas políticas, era el pago de la deuda, era, al fin y al cabo, la obligación que tiene de pagar aquel que ha recibido dinero?

No. Lo que ha hablado estos meses es el sistema. La voz principal no era la de Merkel, no era la de Hollande, no. No podemos ser tan ingenuos como para creer que aquí tratamos de conductas particulares. La voz principal era la de un sistema del que el FMI o el BCE solo suponen encarnaciones, instituciones que llevan a la práctica la ideología que subyace a toda manifestación mediática. Lo que se ha escuchado por encima de la particularidad de las voces de los mediadores europeos ha sido el grito de un sistema que excluye todo posicionamiento crítico frente a él. Lo que estaba encima de la mesa no era la singularidad de unas medidas políticas concretas.  A lo que hemos asistido es al chillido desgarrador de un sistema que solo entiende de rentabilidad y beneficio. Un sistema cuyo pilar fundamental es la desigualdad justificada por la poca rentabilidad. Ya lo dijo Lagarte; el problema es que la gente vive demasiados años.  El problema no es el sistema; es la gente que pide ideales platónicos tan disparatados como la dignidad, la gente que defiende que las pensiones deben pasar los cuatrocientos euros. Todos estos “quijotes” son los que han clavado una agujita en el enorme pie del gigante. Y este ha hablado, ha entendido rápidamente que gota a gota uno acaba por desangrarse y lo de Grecia comenzaba a ser ya una herida.

La respuesta a nuestra pregunta es clara; por debajo de todo el tira y afloja de la negociación, por debajo de los gobiernos, por debajo, incluso, de Europa, lo que ha surgido es –hablando con Zizek- un acontecimiento. Algo que ha rasgado los velos de la realidad y ha hecho surgir las fauces de esa máquina sin órganos que es el sistema capitalista. Por debajo de la representación efectiva está el sistema para el cual los estados son empresas que deben negociar. Nótese aquí el lenguaje empleado; Grecia “ha negociado”. (Preguntémonos también por qué habría de negociar como si de una tienda se tratase.) Si todo estado es una empresa con mayor o menor poder adquisitivo lo que se deduce es claro; el estado ha de comportarse como tal, ha de buscar el beneficio y ha de mirar cada día a la bolsa como si le fuera la vida en ello. En el fondo vamos a parar en lo mismo; si todo forma parte del terreno de la empresa todo tiene precio. La dignidad de los griegos tiene precio, la vida humana lejos de ser algo incondicional pasa a formar parte de la lógica capitalista y de repente resulta que “no es rentable” pagar ciertas pensiones. Lo humano es etiquetado con el coste correspondiente.

Frente a esto se planta el sentimiento de un pueblo entero. No se entienda esto en términos de fronteras. El pueblo del que hablo es el de los que defienden que no todo tiene un precio; que existe lo humano, lo que no cuesta nada no porque sea gratis sino porque está por encima de la lógica del beneficio. El sentimiento del pueblo griego, el decir “basta”, todo ello era, al fin y al cabo, un grito a la desesperada que clamaba que no todo es susceptible de ser comprado y vendido. Era la lucha por un espacio de humanidad frente a los que asumen que el sentimiento y lo propiamente humano entra dentro de la dinámica empresarial. Era una lucha por la posibilidad de que existe el sentimiento frente a la fría y engañosa racionalidad de la bolsa.

Por otra parte estos días nos asalta otra noticia; la salida de Iker Casillas del Real Madrid. Frente a ella surge toda una oleada de indignación que se echa las manos a la cabeza al ver al capitán de “La Roja” saliendo por la puerta de atrás como si de una rata se tratase. La indignación viene de este lado; del de los que sienten que debido a los logros del jugador este merece un respeto que no se le ha dado. De los que “sienten” que Casillas debía permanecer en el Real Madrid por todo lo que ha dado al club.

Pero ¿qué tiene que ver Tsipras con Casillas? Por el momento diremos que algo tiene que ver. Subyaciendo al hecho de que Casillas salga del Real Madrid se encuentra la misma lógica de la que hemos hablado a raíz de la situación griega. La voz que habla en estos fenómenos es la misma. La voz del sistema capitalista dice “Casillas no es rentable” del mismo modo que dice que “pagar las pensiones no es rentable”. Los clubes de fútbol no son sino empresas que no entienden de sentimiento, ni de amor. El jugador es un empleado que debe generar rentabilidad y cuando no la genera se le expulsa. El sistema no entiende de pasión y clamar por el sentimiento para abogar por la continuidad de Casillas en el club es no entender que de todo entiende el club menos de sentimiento. De todo entiende Florentino menos de pasión madridista. Florentino entiende de beneficio. Igual que Merkel. Igual que Europa. Y lo que une –salvando las distancias- al madridista que quiere a Casillas con el griego que dice “OXI” no es sino la defensa de que aún debe haber espacio para el sentimiento en un mundo que solo entiende la lógica de la empresa, lo que los une es aquella frase que dice que “los sentimientos son los instrumentos de que dispone el sujeto para estar interesado en los objetos que le rodean. Sin los sentimientos seríamos prácticamente muebles.” Lo que los une es, en definitiva, la insistencia en que somos algo más que muebles.

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