Opinión

20D: La oportunidad de fraguar una voluntad, un pueblo, un futuro

No cabe duda de que atravesamos tiempos irreversiblemente complejos. La actualidad de esta frase es extremadamente oportuna considerando el cuestionamiento del modelo europeo, la creciente desigualdad entre los países del norte y del sur de Europa principalmente o las crisis de seguridad y de refugiados que preparan el escenario perfecto para la violencia política, para la emergencia de los movimientos radicales y etno-nacionalistas excluyentes de naturaleza violenta, los ‘monstruos’. En el caso de España, estos monstruos no han emergido como consecuencia de la crisis económica, política y social que acaece desde hace algunos años en nuestro país, sino se han manifestado ex ante en lo más profundo del seno del edificio institucional que opera como el pegamento necesario para la estabilidad del orden social, quebrantándolo y revelando su fragilidad.

 No solamente son tiempos complejos sino difíciles. Difíciles para las personas, quienes durante mucho tiempo han tenido que cargar con pesadas mochilas para adaptarse a la velocidad del curso de los tiempos. Incluso para las nuevas generaciones, más cercanas y familiarizadas con la más inmediata y última actualidad, es desafiante tener que enfrentar el desarrollo de la realidad social para poder adaptarnos a ella y comprenderla, pese a que dispongamos ‘con suerte’ de instrumentos y herramientas más adecuadas que nuestras generaciones anteriores. Esta era nos exige un gran esfuerzo que nos lleva hasta la extenuación a la hora de interpretar y procesar el masivo volumen de efímera información con que nos bombardean cada segundo sin que dispongamos de tiempo suficiente para conciliar nuestra capacidad de reflexión con nuestra acción. En determinado sentido la realidad nos es presentada como una objetividad externa y virtual a nosotros mismos, excluyéndonos de su participación mientras se nos relega a ese plano de ausencia y aceptación (resignación).

En los últimos años, se ha observado como los confines de ese espacio cerrado han albergado en su interior por encima de su capacidad una masa social constreñida que, empobrecida y herida con respecto a tiempo atrás, ha reaccionado reclamando su espacio y su autonomía. En otras palabras, el rol legítimo que cada ciudadano y cada ciudadana de la comunidad política debe ocupar y la eficacia de los derechos y responsabilidades que de esa condición se derivan; esto es, afirmarse como pueblo legítimo.

Es una reacción natural como cuando una chispa prende dentro de un recipiente que encierra oxígeno en su interior: debe buscar una vía de escape hacia el exterior. Y esa chispa aumenta su poder de combustión cuando existen fracturas en el recipiente que lo contiene y lo disloca. Estas grietas se deben en gran medida a una ofensiva oligárquica emprendida por aquellas élites que han detentado por largo tiempo el poder y cuyas acciones se han centrado en asegurar  una atmósfera de privilegios frente a la progresiva asfixia contra la sociedad civil y el pacto social que funciona como pegamento entre las instituciones y la ciudadanía. Consecuentemente esto ha generado dolor, frustración y resignación debido a la quiebra de expectativas de un futuro más prospero para generaciones actuales y futuras contrastando negativamente con la certeza que durante largo tiempo ha estado depositada en el imaginario colectivo de la sociedad española: los padres y madres podían trabajar para tener una vida decente y asegurar unas mínimas condiciones para que la vida futura de los hijos e hijas fueran naturalmente mejores. El espíritu de vocación progresista de acuerdo a esa lógica ha sido brutalmente cercenado.

No obstante, es preciso apuntar que esa reacción ‘conservadora’- reclama las garantías del statu quo conseguido y ahora vulnerado- procedente de un sector significativo ciudadanía resulta insuficiente al existir una enorme cantidad de gente no movilizada y que es necesario incorporar para reconstruir los cimientos de un edificio en proceso de descomposición.

Es cierto que se han introducido importantes cambios de acuerdo al contenido, al número de actores, además de la formación de nuevas coaliciones que en conjunto, han dado un giro de 180º a la agenda pública y han desatascado parcialmente sus ejes. Además, se ha instalado una suerte de nuevo vocabulario en el debate público, copiado incluso por los actores tradicionales. En otras palabras, la dinamización social a la que estamos asistiendo es necesaria pero todavía insuficiente, si la propia base social no reúne sin embargo, la voluntad que empuje a protagonizar un cambio que corrija las debilidades del sistema político, que depure sus errores y sus vicios para reactivar sus mecanismos de reforma bajo el propósito de adaptarse a la evolución de la realidad social y política abandonando la parasitaria rigidez que genera bloqueos y exclusiones, que blinde el derecho a la vivienda, a la sanidad, a la educación, a la alimentación y al trabajo.

 Como contrapeso, debe perseguirse con tesón y audacia toda práctica que corrompa la convivencia y favorezca la proliferación de situaciones que atenten en su contra. En definitiva, una propuesta de país informada por una razón de Estado, un interés general escrito por la ciudadanía en colaboración con fuerzas alimentadas por representantes que provengan de la misma. Por este motivo la construcción de una nueva voluntad colectiva, nacional-popular, es imprescindible para contribuir a la transición hacia una nueva meta que sea incluyente y no excluyente.

Aludiendo al pensamiento de Maquiavelo, la clave central en política no son las promesas, los eslóganes, las citas de última hora o las corbatas y sonrisas en un terreno donde la escenificación y el morbo mediático, son las garantías. Garantías que hasta al momento no han no han encontrado un canal adecuado para su establecimiento y puesta en marcha. Por todas estas razones, hay que reflexionar si ha merecido la pena aguantar todos estos ataques y aberraciones contra la comunidad, si es sensato permitir que se siga menoscabando todo aquello que largas luchas tuvieron lugar para conquistar. La próxima cita del 20D no sólo se decide qué partido gobernará y quién lo hará. El próximo 20D se confirmará si queremos ser un pueblo responsable con vocación de nación fuerte, reconociendo nuestras diferencias y peculiaridades internas y fortaleciendo nuestros lazos, vocación de pueblo soberano y responsable, voluntad de ser libres de decidir en qué términos y qué contenido tendrán el interés general. ¿O permitiremos que también nos arrebaten eso?

El otro día discutiendo con un joven estudiante griego en Essex sobre la situación en Grecia me contaba cómo él había perdido su fe y toda expectativa de futuro en su país. Afirmaba con toda seriedad y triste indiferencia que no tenía sentimiento de pertenencia y no significaba nada positivo la tierra donde había nacido nunca más. Enfrentar tal hecho y la pesada carga emocional que supone es agotadoramente desolador. Por ello les pido que mediten, que reflexionen sobre los muchos españoles y españolas que como este joven griego  han sido expulsados de su país debido a una concatenación de decisiones que por resultado tuvieron rebajar y precarizar el mercado laboral, bloqueando la incorporación de nuevos trabajadores altamente preparados y profesionales (y desprotegiendo a aquellos que llevaban décadas trabajando) que ahora están en el extranjero como pobres con trabajo o en el mejor de los casos produciendo gratuitamente para otros, porque toda la inversión realizada aquí se ha despreciado. Confíen, confíen en que es posible y merece la oportunidad el esfuerzo de implicarse y ejercer nuestra autoridad legítima.

No tiene aplicación justificable el mejor malo conocido que malo por conocer, ni esperar de aquellos que las promesas de aquellos que tuvieron oportunidad de hacerlo se transformen en soluciones como Vladimir y Estragon esperaban eternamente a Godot mientras el tiempo discurría. Tampoco la pintura y el barniz de proyectos  rancios sirven para tapar su estructura podrida y oxidada pese a que reluzca como nuevo. No sólo sería insensato sino lamentablemente egoísta asumir la desesperanzadora realidad y apartarse de la misma en busca de un refugio aislado propio más cálido como si escribiéramos una versión perversamente tenebrosa de Walden. El presente y por consiguiente el futuro debe ser articulado en conjunto, un sentido común que coincida con el desarrollo social y dispute la posición que debe ocupar.

La reflexión central consiste en contemplar el abandono de la ciudadanía por las élites institucionales, políticas y económicas y el esfuerzo y valentía de el pueblo español que desterrado a su suerte sigue resistiendo. No sólo piensen en las experiencias individuales, también en las que sufren otros. Permitan que la ilusión sea bandera del navío que conduzca a ese horizonte merecido e imprégnense de su fuerza. Parafraseando a Nietzsche, “sed como lobos, fuertes en solitario y solidarios en manada”.

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