Opinión

Nueva política homeopática

La ultima encíclica, aparecida en la prensa obrera, de la Secretaría General del antes "movimiento popular" Podemos Castilla‑La Mancha resulta, una vez más, enormemente reveladora.

Se aplica a un ejercicio de estilo que podríamos etiquetar como homeopatía política. Este consiste en intentar curar al lector con una muy destilada dosis de aquello mismo que se trata, supuestamente, de combatir. A saber, en este caso: el pecado mortal del “izquierdismo”, esto es, del idealismo pequeñoburgués oportunista caracterizado por su fraseología pseudorevolucionaria deslumbrante y espectacular (los gestos radicalmente bellos e inútiles de las almas bellas).

1. Pues bien, para “fraseología pseudorevolucionaria”, ¿cuánto de “deslumbrante” y “espectacular” resultaría comparar la entrada en un gobierno regional nada más y nada menos que… ¡con la revolución soviética!? ¿Y si propusiéramos, además, a nuestros fieles como objetivos “estratégicos” últimos de nuestras dos flamantes consejerías recuperar el significante de “revolución” y asimilarlo con el de “esperanza”? Bastante deslumbrante y espectacular, ¿verdad?: “necesitamos acelerar la Historia… y hacer Historia convirtiendo revolución y esperanza en sinónimos”.

Claro que como nuestros teólogos son verdaderos revolucionarios (los pseudo son siempre los otros) nos dan algunas pistas acerca del particular contenido que ellos adscriben a SU revolución (o aceleración histórica, o liberación de las potencias sociales): “garantizar la realidad de lo cotidiano, construir un día a día mejorado, más soportable y menos hiriente”. ¡Cómo si la realidad de nuestra cotidianeidad, la explotación, necesitara de Podemos Castilla-La Mancha para perpetuarse! ¡Cómo si cualquier mejora de nuestro día a día (un poco más soportable, un poco menos hiriente) fuera lo que la feligresía debiéramos entender, en lo sucesivo, por “revolución” y por “esperanza”! Esta nueva “revolución” se circunscribe así en 2017 al mismo economicismo que se trataba de transcender en 1917.

2. No obstante, este gesto radicalmente bello e inútil quizás encuentre su razón de ser en la necesidad de envolver algo muy duro de digerir; una abierta apología de la ideología propia de los profesionales de la representación política institucional: la realpolitik (la política de la realidad). Pues subordinar lo-político (los enfrentamientos y conflictos que atraviesan el conjunto de lo social) a la política (el ámbito institucionalizado en el que representantes políticos tratan de mediar y regular los anteriores) y reducir ésta a la praxis (las decisiones tácticas) de los cargos electos de partidos enfrentados es, justamente, una loa a dicha ideología. Esta “opción” (¿la “nuestra”?) por la realpolitik, por un pragmatismo pseudoteórico, ha presentado siempre consecuencias:

2.1 Para la democracia interna de las organizaciones políticas. Pues cuando lo-político (la mecánica o el fundamento último de los conflictos sociales) se decreta como incognoscible y las únicas certidumbres se predican respecto de una política equivalente a decisiones tácticas ya adoptadas en la arena de las disputas partidarias… ¡es cuando el sentido de la política acaba perteneciendo en exclusividad a los agentes que adoptaron esas decisiones (convirtiéndonos a todos los demás, por exclusión, en espectadores -en tanto militantes o ciudadanos- o en presuntos “narradores omniscientes” -en tanto analistas-)!

2.2 Para la capacidad transformadora de dichas organizaciones. Pues no existe organización política revolucionaria si ésta no se prepara para funcionar también en tanto que intelectual colectivo, es decir, estratégicamente, en función de un programa de máximos de transformación social. Lo que implica preguntarse colectivamente por las mecánicas (el salariado) que sostienen el grueso de nuestros conflictos, esto es, por los fundamentos últimos de lo-político. Precisamente este cuestionamiento es el propio… ¡de todas las ciencias sociales en la modernidad! No se puede transformar (y menos aún revolucionar) lo que se desconoce. Con “pueblos infinitos”, “dominación ontológica”, “esperanzas” y “revoluciones de reformas” o “reformas de la revolución”, esto es, con (mala) teología es muy dudoso que se pueda cambiar precisamente aquello cuya consistencia se niega. Pensar que lo-político, los conflictos sociales estructurados por la lógica de la explotación, son el mero resultado de la voluntad de aquellos institucionalmente encargados de arbitrarlo (y que cuando lleguen ahí los de la “esperanza” y la “revolución” Dios proveerá) es equivalente a plantear que es el BOE el que construye la realidad social y no el capital.

Así, en lo relativo a una organización política que se pretenda revolucionaria o transformadora en un sentido radical no hay gesto más idealista (radicalmente inútil) que pretender subordinar por principio 'lo político' a 'la política'. Ninguna organización de este tipo podría hacerlo sin tirar con ello el 'revolucionario' a la basura, al circunscribir su actividad a la mera conquista del poder institucional frente a las fuerzas políticas rivales, esto es, a una praxis táctica siempre sujeta a la coyuntura (al análisis concreto de la situación concreta, el único análisis practicable en la “nueva política” según nuestros teólogos y para el cual, curiosamente, no se necesitan militantes, basta con un único spin-doctor).

En conclusión: si formalmente esta encíclica introduce importantes novedades (no es fácil encontrar ejemplos de homilías políticas feministas machistas, anti-fascistas fascistas o antimilitaristas militaristas) desde el punto de vista de su contenido, desgraciadamente, no podemos decir lo mismo. El cinismo ideológico, como ya lo caracterizaba Manuel Sacristán en la década de los 70, tiene una muy larga tradición: el sofismo y solipsismo que le caracterizan responden generalmente a una organización política inexistente, bien por ausencia de vida y democracia alguna en su interior, bien por su precariedad orgánica. Y, claro, la teoría, la lógica, los conceptos, la crítica y los datos siempre están de más allí donde nadie nos va a exigir nunca nada.

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