Opinión

La pelota que arde y que va de un lado a otro

Artículo de opinión de Yolanda Pacheco Campos, docente en el CEIP San Agustín de la localidad de Villahermosa, en la provincia de Ciudad Real.

He oído ya en muchas ocasiones que no hay problema que no se pueda solucionar, que es necesario pedir ayuda y que incluso el tiempo lo cura todo. Sin embargo, eso, desgraciadamente, no siempre es cierto. Hay situaciones desagradables que persisten sin que nadie haya actuado, puesto que es difícil solventarlas mirando hacia a otro lado e ignorándolas. Esto mismo, que parece ser elemental, en ocasiones se les olvida a algunas personas que trabajan en un aspecto tan importante y a la vez tan frágil de nuestra sociedad, la educación pública.

Si bien es cierto que se ha tomado conciencia sobre el acoso escolar y el alcance que puede tener, hay situaciones que siguen siendo muy silenciosas. En este sentido, siempre es difícil reconocer que a uno mismo le ha ocurrido algo así y, sobre todo, es complicado pedir ayuda y explicarle todo a una persona prácticamente desconocida. Así, lo que en principio puede parecer lejano y ajeno es una realidad para profesores que han sufrido situaciones de acoso por parte de algunos de sus compañeros, para alumnos que han sido agraviados por otros e incluso para algunos alumnos acosados por algunos profesores.

Por ejemplo, en algunos colegios existen hoy, y también ha ocurrido en otras generaciones, situaciones de maltrato psicológico infantil demostrable por parte de algún profesor hacia algún alumno a través de una ridiculización constante delante de todos sus compañeros. Sin duda, esta es una peligrosa conducta que tiene unas consecuencias insalvables que afectan a toda una generación de alumnos. En concreto, para este tipo de alumnos y, de hecho, para cualquier docente envuelto en casos tan desagradables acudir diariamente al colegio es un verdadero suplicio. Además, acaban reconociendo que están tristes cada vez que entran por la puerta del centro educativo. En situaciones así, pese a que siempre hay personas dispuestas a ayudar, el miedo a no ser creído es evidente y, en muchos casos, lo ensucia todo.

En efecto, el esfuerzo que lleva a cabo cualquier víctima de esta situación para pedir ayuda es enorme, ya que, aparte del testimonio, en muchos casos se requieren pruebas muy concretas para demostrar lo que ha ocurrido. De este modo, resulta obligatorio especificar todos los detalles, y eso conlleva un gran desgaste tanto físico como mental. Así, todas esas heridas no visibles que tanto tardan en cicatrizar siguen sangrando con la esperanza de recibir no solo una mínima muestra de ayuda, sino de compasión.

Con todo, muchas veces una víctima puede encontrarse un obstáculo adicional: la falta de ayuda y de respuesta. En unos casos, la persona que tenía que responder no lo hace y traslada ese problema a otra. En otros, se intenta incluso justificar aquello que tanto daño puede ocasionar a algunas personas y defender al que lo ha ocasionado. Por tanto, aunque pueda existir buena predisposición en un principio, situaciones de este tipo demuestran que el tiempo corre y que las soluciones quedan en el olvido.

En definitiva, es posible afirmar que existen situaciones tan delicadas en algunos colegios públicos y que no obtienen la respuesta esperada o son ignoradas. Este asunto se puede discutir profundamente y se puede considerar que se debe a una importante demora a la hora de tomar medidas, a una falta total de respuesta o a un fallo del sistema y de sus

protocolos, pero lo cierto es que, como sucede en algunos juegos, la pelota, que en este caso arde, va de un lado a otro y nadie se quiere quedar con ella.

Comentarios