Castilla-La Mancha subterránea, la riqueza patrimonial que 'esconde' unos metros bajo el suelo

Construcciones de leyenda, refugios, cuevas para elaborar vino o minas milenarias forman parte de ese otro catálogo turístico y cultural de la región.
Según la leyenda, las Cuevas de Hércules habrían albergado grandes tesoros; la arqueología, que fue una gran cisterna de la red hidráulica de la Toledo romana.
photo_camera Según la leyenda, las Cuevas de Hércules habrían albergado grandes tesoros; la arqueología, que fue una gran cisterna de la red hidráulica de la Toledo romana.

TOLEDO.- Enorme es la riqueza patrimonial, cultural y natural que a simple vista se descubre en Castilla-La Mancha. Catedrales y castillos, ermitas y minas, parques naturales, espacios protegidos, reservas de la biosfera o cielos óptimos para observar las estrellas, joyas que no dejan de sorprender a quienes habitan y visitan esta tierra que, sin embargo, guarda también tesoros unos metros bajo el suelo.

Construcciones ligadas a la historia y a la leyenda, a la tradición o la obtención de recursos, como también elementos naturales, que pasan desapercibidos en muchos casos.

En la ciudad de Toledo, el subsuelo esconde numerosos de estos tesoros. Vestigios del pasado envueltos en leyenda, que ofrecen al visitante otro punto de vista de la capital castellanomanchega. Uno de estos espacios son las Cuevas de Hércules, localizadas en el número 3 del callejón de San Ginés, en las que su pasado romano y medieval se conjugan con la arquitectura contemporánea que hoy las cubren.

Sin embargo, es una de las leyendas en torno a este lugar la que le da nombre, que toma del mítico héroe griego quien, en su periplo por la península ibérica, habría establecido uno de sus palacios en Toledo. Allí habría guardado joyas y metales preciosos, pero también obras de incalculable valor como la mesa de Salomón.

Un lugar en el que se habría practicado la magia y cuyos sótanos, a su marcha, Hércules habría dejado llenos de riquezas, tras una puerta a la que cada nuevo rey de Toledo debía añadir un candado.

Leyendas que también han situado en este punto a Don Rodrigo, último rey godo, al que se atribuye haber roto los veintisiete candados que custodiaban la puerta, poniendo así en marcha la profecía, que le llevó a perder su reino a manos del Islam, y quedando destruido el palacio por fuerzas sobrenaturales. Según la tradición, solo quedaron de él las cuevas.

Pero más allá de su halo legendario, y atendiendo a lo que dicen los arqueológos, lo que bajo el suelo se 'esconde' y sorprende al visitante es una gran cisterna romana, construida en torno a la segunda mitad del siglo I d.C., de forma rectangular, unos 6 metros de ancho por más de 11 de largo, y una altura de 4 metros.

Originalmente estaba realizada con pequeñas piedras, unidas con una fuerte mezcla de cal, yeso y arena, y revestida en su interior con un cemento hidráulico especial. Una construcción que posteriormente sería parcialmente revestida en su interior con grandes sillares de granito y dividida en dos por medio de tres grandes arcos, dando lugar a dos naves. Hoy solo es visitable una de estas, propiedad del Consorcio de la Ciudad de Toledo, mientras la otra permanece oculta bajo los edificios colindantes.

BAJO LAS CASAS

También oculta tesoros en su subsuelo la localidad manchega de Tomelloso. Allí, en torno a 1820, sus habitantes empezaron a construir bajo sus casas más de 2.500 cuevas en las que elaborar y almacenar vino.

En su construcción había una labor reservada a las mujeres, sacar la tierra que se acumulaba en las excavaciones, por lo que se las llamaba las 'terreras'. Por su parte los 'picaores', con sus aguzados picos, eran los encargados de horadar el subsuelo hasta lograr las naves, algunas de ellas sustentadas con bóvedas de medio punto, en las que conservar cosechas y vinos, protegidos de los cambios climáticos bruscos.

Elementos patrimoniales de los que aún hoy es posible reconocer en sus calles las 'lumbreras' abiertas en las aceras. Llamativas aberturas que no son sino hendiduras en los techos de las bóvedas de las cuevas, bocas de luz y respiración.

Algunas de las que han llegado hasta nuestros días tienen una profundidad media de 12 metros, y su techo, formado por una capa dura de roca de entre 2 y 5 metors de espesor.

En estas cuevas, algunas de las cuales se pueden visitar, se elaboraba de forma artesanal el vino, conservándolo después en grandes tinajas de barro.

Si se pudieran poner en línea todas las antiguas cuevas-bodega tomelloseras se estima que formarían un túnel de más de 40 kilómetros.

EN BUSCA DE HIERRO

Como kilométricas también se presupone que son las galerías de la Mina Romana Cueva del Hierro, en el extremo norte de la provincia de Cuenca. A día de hoy se conocen tan solo 5 kilómetros de ellas, aunque son numerosos los accesos a otras galerías que bien por su reducido tamaño o bien por estar aún descubrir siguen ocultando sus secretos.

Allí, en torno al siglo VI a.C. alguno de los pueblos celtíberos ubicados en el Sistema Ibérico ya comenzó a extraer el mineral para la fabricación de herramientas y armas.

En su interior, al que se accede por la bocamina abierta en el siglo XX, se pueden apreciar algunos rasgos del diseño y las técnicas de trabajo de la minería romana. En algunos puntos, las soluciones adoptadas sorprenden por su similitud con la minería de piedra especular -el 'cristal del Imperio romano'- documentada en La Alcarria y La Mancha conquenses.

Durante el recorrido bajo tierra, el visitante puede disfrutar de la milenaria historia de esta cavidad única, en la que el mineral más abundante es el hierro, aunque también en sus paredes se observan las tonalidades oscuras de la siderita, el amarillo de la limonita o el tono rojo del oligisto.

Aunque la mina cerró su explotación en los años 60, son ya dos décadas las que lleva abierta al público para las visitas.

GALERÍAS DE ESCAPE

También bajo tierra se encuentra el laberinto de galerías y túneles que recorren el subsuelo de Brihuega, en la provincia de Guadalajara. Las Cuevas Árabes, como son conocidas, fueron construidas entre los siglos X y XI, siendo utilizadas en épocas de asedio como vía de escape al exterior de las murallas.

Tienen unos ocho kilómetros de longitud y en otras épocas, debido a su temperatura constante de 12 grados durante todo el año, fueron utilizadas como almacén de víveres.

PROTECCIÓN CONTRA LAS BOMBAS

Y si en Brihuega las galerías permitían escapar de las murallas sin ser vistos en épocas de asedio, en el caso de Albacete su subsuelo sirvió para proteger de los bombardeos a la población.

Bajo la plaza del Altozano se ubican uno de sus refugios antiaéreos, construidos durante la Guerra Civil, en un periodo en el que la ciudad sufrió al menos una decena de bombardeos.

En total se excavaron por toda la ciudad 1.152 metros de túneles con capacidad para más de 10.000 personas, que se sumaban así a otros 130 espacios de refugio existentes en edificios particulares.

El de la plaza del Altozano, reabierto el pasado año para sus visitas al público tras permanecer una década cerrado, es uno de los mejor conservados. Fue construido en 1937, con un diseño de planta cuadrada, un pasillo perimetral y seis divisiones internas, dando lugar a pasillos en los que se colocaron bancos anclados a la pared.

Tras la guerra tuvo otros usos, como cueva para el cultivo del champinón, aunque también durante años permaneció sumido en el olvido. En el año 2000 se habilitó para visitas, siete años después se acondicionó para albergar el Centro de Interpretación y Sensibilización para la Paz, así como oficina municipal de turismo. Se cerraba en 2011 por problemas presupuestarios y no fue hasta el verano pasado cuando albaceteños y visitantes pudieron volver a este refugio, ejemplo de recuperación de la memoria traumática colectiva y patrimonio de una época que no olvidar.

Ejemplos de todo lo que tiene que mostrar Castilla-La Mancha, también unos metros bajo el suelo.

Comentarios