Cincuenta años de la prohibición del baño en el Tajo, problemas de ayer y de hoy que siguen esperando una solución

El 19 de junio de 1972 un comunicado del gobernador civil a todos los ayuntamientos ribereños del Tajo reconocía oficialmente el pésimo estado del río prohibiendo los baños públicos.
En junio de 1972 los ayuntamientos de la ribera del Tajo, como el de Toledo, tuvieron que fijar carteles anunciando la prohibición del baño.
photo_camera En junio de 1972 los ayuntamientos de la ribera del Tajo, como el de Toledo, tuvieron que fijar carteles anunciando la prohibición del baño.

TOLEDO.- Cincuenta años han pasado y poco han cambiado las cosas para el Tajo. Hace medio siglo, el 19 de junio de 1972, el entonces gobernador civil de Toledo, Jaime de Foxá, comunicaba a todos los alcaldes de las poblaciones toledanas surcadas por el río la prohibición del baño público en sus aguas al haberse comprobado la contaminación de las mismas.

Los ayuntamientos debían fijar carteles que anunciaran esa prohibición en lugares visibles y estratégicos, adoptando medidas para su cumplimiento. Carteles que en el caso de Toledo ese colocaron en los lugares tradicionales de baño de los toledanos, con el texto escrito en español, francés e inglés, para que también los turistas pudieran darse por enterados.

Una prohibición que continúa hoy en día vigente, ya sin carteles que lo anuncien como en aquel momento; con un río que sigue aquejado por los mismos males de entonces, la contaminación y un todavía insaciable trasvase, así como la falta de decisiones valientes que a lo largo de este medio siglo han ido aplazando ese recurrente mensaje (electoralista) que prometía a los toledanos que volverían a bañarse en el Tajo.

Hacía algún tiempo ya que muchos habían dejado los baños estivales debido a los sarpullidos, eccemas y picores que padecían tras refrescarse en sus aguas. Sin embargo desde ese 19 de junio quedaba prohibido de forma absoluta el baño en la ciudad y aquellos lugares y playas tan concurridas en veranos anteriores, parajes como los de Safont, la Incurnia o el Baño de la Cava, decían adiós a los bañistas sine die.

Se daba cumplimiento así a una circular de la Dirección General de Sanidad fechada el 18 de mayo, por la que se determinaba la prohibición de baños públicos en aquellos lugares que se considerasen "potencialmente peligrosos", y con el comunicado del Gobierno Civil unas semanas después se reconocía oficialmente el pésimo estado del Tajo.

Apenas unos días antes, comenzando el mes de junio, la ciudad de Toledo había vivido uno de esos episodios que después se han venido sucediendo a lo largo de los años -con mayor o menor intensidad, dependiendo del momento-, la aparición de "miles y miles de peces muertos" amontonados en las márgenes del río y las rejillas de las centrales de energía eléctrica, tal y como recogieron las crónicas de entonces.

Confirmación visible de que el Tajo era una cloaca, que se había convertido en el vertedero de las aguas sin depurar procedentes de Madrid, cuestiones que aún a día de hoy, con grandes inversiones y compromisos por medio, el problema sigue estando ahí.

Pero la contaminación del río debido al vertido de aguas residuales sin depurar no era la única preocupación que pesaba sobre el Tajo, puesto que ya se auguraba que la puesta en funcionamiento del trasvase al Segura -por aquel entonces se encontraban ya en marcha las obras- supondría la pérdida de la mayor parte de su caudal.

Aguas que por su alto grado de salinidad ni siquiera se consideraban aptas para el regadío, tal y como como argumentaba la Diputación Provincial en un escrito remitido al director general de Obras Hidráulicas el 2 de mayo de 1974, por lo que se apuntaba que "de ningún modo se podrían derivar caudales a la cuenca del Segura" en tanto que no estuvieran "funcionando a satisfacción todas las depuradoras" previstas por la ley.

Entonces aquello del "aprovechamiento conjunto" como se lo denominó en la ley de 19 de junio de 1971 sobre el trasvase, tampoco se veía con claridad desde una provincia de Toledo a la que no llegaban las mejoras prometidas.

Y aunque se quería confiar en que las promesas del Ministerio de Obras Públicas señalando que en un año, la contaminación de las aguas del Tajo a su paso por Toledo se habría "reducido a la tercera parte", porque para finales de 1975 ya estarían funcionando plenamente las tres depuradoras a las que verterían las aguas residuales de más de 2,3 millones de madrileños, el problema siguió estando ahí.

Tanto que incluso a principios del verano de 1975, un juzgado de Toledo, a instancia del fiscal provincial, llegó a iniciar diligencias "por posible delito contra la salud pública, a causa de la creciente contaminación de las aguas del Tajo". Unos meses antes, a finales de abril, se habían localizado "unos 15.000 kilos de carpas, bogas y barbos muertos en el tramo comprendido entre Toledo y Carpio de Tajo", mientras que "olor a detergentes ya lejías" se hacían insoportables cuando las espumas cubrían el lecho del río, tal y como recogía Luis Moreno Nieto, cronista oficial de la provincia, en su publicación Toledo y el trasvase Tajo-Segura en marzo de 1978.

Pero nada cambió. Y el Tajo siguió, y sigue, siendo una cloaca a la que se continúan llegando aguas residuales sin depurar; un río sobre el que aún pesa un trasvase sobredimensionado hacia el Levante, que hace que el caudal a su paso por Toledo -y cuenca abajo- sea excesivamente bajo ocasionando también episodios de mortandad de peces, y en el que, por supuesto, continúa estando prohibido el baño.

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